Cuando cesan la asociaciones libres del paciente, siempre puede vencerse asegurándole que se halla bajo el dominio de una ocurrencia referente a la persona del médico
, afirmaba Freud (1), quien planteaba la transferencia como motor y, a la vez, obstáculo de la cura.
En un principio, Freud concibe el surgimiento de la presencia del analista como falsa conexión
, una repetición con el analista de las relaciones pasadas con los objetos primordiales y de las pasiones que conllevan: el amor, el odio. Sin embargo, atisba en la transferencia un lugar propicio para hacer actuales y manifiestos los impulsos eróticos y olvidados de los enfermos
(2), que están en la base de los síntomas. ¿Qué significa esto sino que el analista encarna un efecto de presencia del Otro del lenguaje poco común?
Bajo el amor de transferencia que pide, y puede llegar a ser muy exigente, está la pulsión que no pide porque se satisface en silencio, acaso se muestra como una demanda silenciosa de satisfacción. Esta satisfacción silenciosa de la pulsión en la transferencia es algo tomado de la presencia efectiva del analista, encarnada en el aquí y ahora de la sesión. La tesis de Lacan es que la presencia del analista implica la puesta en juego de la realidad sexual del inconsciente, es decir, de la actuación pulsional, que busca un complemento en el Otro; un Otro encarnado porque hay un lazo con el Otro del significante (alienación) y hay también un lazo con la presencia del Otro, porque para hacerse ver, oír, chupar, cagar – dialecto propio de la pulsión – se necesita un Otro presente, de carne y hueso. De ahí la advertencia freudiana: nadie puede ser vencido in absentia o in effigie
(3).
¿Vencer? Sí, vencer la satisfacción silenciosa de la pulsión que se sustrae a la demanda. ¿Cómo incide la pulsión en la transferencia? Es ésta una demanda de ser, de curarse de la falta de ser. Ahí donde el saber no responde, donde el saber se declara incapaz, la pulsión interviene en silencio. Por ello puede pasar desapercibida, no pide consentimiento, más bien sustrae algo al Otro en ese gozar de hacerse ver, oír… Más vale que el analista sepa qué tipo de objeto pulsional hace surgir su presencia en el analizante, es decir, que gracias a su propio análisis esté advertido de la realidad sexual del inconsciente, por lo que Lacan insistirá en que la resistencia está más bien del lado del analista.
De la actualización de la realidad sexual del inconsciente depende poder dar cuenta del ser del analizante. El ser del sujeto no entra en el conjunto de los significantes, de las identificaciones, para representarse, por eso el analizante busca su ser en el analista como objeto para completarse y ser, a la vez, objeto del analista para completarlo, volviéndose así el analista un tapón. Es su responsabilidad quitar el tapón transferencial con su acto con el fin de permitir el advenimiento de las asociaciones hasta el final.
La presencia del analista convoca el objeto (a) que está en juego en la causación del sujeto, con el cual está articulado el fantasma del analizante, poniendo así límite a la indeterminación subjetiva, al blablablá del significante, para mostrar su determinación por el goce.
Lacan dirá más tarde que el analista se hace semblante de objeto (a) porque éste sólo se puede captar bajo la forma de la presencia corpórea del analista – es así que la materialización de la pulsión no se puede obtener con un análisis realizado por teléfono o por Skype. El cuerpo del analista está en juego en la medida en que está atravesado por los significantes del analizante. El analista no tiene forma, es el fantasma del paciente el que se la da y le otorga un sabor. La disciplina del analista es quizás aprender a ser sin sabor propio, de manera que el paciente pueda experimentar los sabores de su vida paladeando al analista. Lo soso podría ser entonces el ideal del analista
(4). Esto es lo que llamamos el analista-objeto (a).
Interpretar en la transferencia y no la transferencia supuso una rectificación sin igual de la práctica. La manera de contrariar el despliegue del sentido por medio del corte de la sesión permite hacer visible la pulsión y muestra cómo la cadena de sentido comporta el goce silencioso de la pulsión separado del Otro de la demanda de amor. No se trata de cortar la rama del árbol que trae consigo lo real del goce. Si la transferencia es aquello que de la pulsión aparta la demanda, el deseo del analista es aquello que la vuelve a llevar a la pulsión
(5). Es el deseo del analista
apuntando a diferenciar el objeto (a) del ideal en el cual se ampara, el que permite contrariar la transferencia pues ésta es demanda de amor que lleva a la identificación, fundamento de toda organización sectaria, regida por idénticos ideales.
En su última enseñanza, Lacan insistirá en la opacidad del goce que resiste al sentido y en su imposible negativización. Hablará de parlêtre más que de sujeto del inconsciente y de objeto, para abundar en el hecho de que fundamentalmente el ser hablante goza porque tiene un cuerpo y el analista no está exento de ello. En uno de sus últimos cursos, J.-A. Miller señalaba que no es con el pretexto de que hace interpretaciones que el analista se va a tomar por el sujeto del significante. Queda algo que se llama su presencia, que no puede ser simplemente una nota al pie; además, está presente, porque aporta su cuerpo
(6). Cabe plantearse cómo interviene en el proceso analítico el goce mismo del analista, su alegría, su desinterés, su entusiasmo, su aburrimiento.
Si bien, la presencia del analista, como vemos, convoca en la experiencia analítica lo pulsional, la realidad sexual del inconsciente, lo real del goce y pone en juego incluso el goce del analista, cabe preguntarse cómo hacer en aquellos casos en los que esa presencia resulta invasora, persecutoria o despierta fenómenos de enamoramiento que hacen inviable la prosecución de la cura por la palabra. Lacan nos invitaba a no retroceder frente a la psicosis y dio varias indicaciones al respecto. A cambio, la psicosis nos ha enseñado a concebir el síntoma mismo como una invención del sujeto que hace posible el lazo con el Otro. Se impone en todos los casos un trabajo preliminar que permita cernir bien la defensa del sujeto frente a la presencia del Otro y, en su caso, ser dócil a esa defensa.