XVII Conversación Clínica del ICF-E. "Presencia del analista en la cura"
Constanza V. Meyer
Psicoanalista en Madrid y Miembro de la ELP y de la AMP.
Jacques-Alain Miller en Sutilezas analíticas en el capítulo III "Posición del analista" se pregunta acerca del afecto que favorece al analista. Aleja su posición del "entusiasmo", la acerca a un "me gusta moderado" para arribar finalmente al "modesto desapego".
Recuerda J-A Miller, como mecanismo identificativo imaginario para el analista: "Se trata de alguien desapegado de la cólera de Aquiles, del deber de Bayard, desapegado del júbilo de matar y masacrar. Hace lo que hay que hacer, trata de hacerlo bien, pero con apatía, alejado de las pasiones"
¿De qué se tratan estas "pasiones" en la presencia del analista? ¿Cómo se ponen en juego?
En las últimas páginas del Seminario 19 se pregunta Lacan: "¿Qué es pues lo que nos liga a aquél con quien nos embarcamos, una vez franqueada la primera aprehensión del cuerpo? ¿El analista está allí para echarle en cara que no es suficientemente sexuado, que no goza suficientemente bien? ¿Y qué más? ¿Qué nos liga a aquel que se embarca con nosotros en la posición que llamamos del paciente?"1 Con estas palabras nos introduce Lacan de lleno en lo que concierne al tema que nos ocupa en la próxima conversación clínica, la presencia del analista. Se pregunta por el lazo transferencial, por la presencia del cuerpo, por el lugar del analista en relación a un hipotético saber sobre el goce y finalmente, por la posición del analizante para, en realidad, preguntarse por aquella que conviene al analista. "(…) si existe algo denominado discurso analítico, se debe a que el analista en cuerpo, con toda la ambigüedad motivada por ese término [homofonía entre en corps y encore] instala el objeto a en el sitio del semblante."2
Por su parte, como bien se cita en la pregunta, Jacques-Alain Miller en este interensantísimo capítulo de Sutilezas analíticas, nos sugiere una posición del analista alejada de las pasiones. Las pasiones que podrían perturbar, confundir la posición del analista son aquellas que lo llevan a dejarse atrapar por el "tú me gustas" respecto de un paciente. Lacan invitaba a reconocer esta posición como un obstáculo que puede conducir a una esperanza de éxito. Una esperanza que se ve sostenida por un deseo de curar desde una aspiración de saber cuál es el bien para el paciente. Otra de las pasiones relacionadas con este aspecto es, sin duda, el entusiasmo del analista en la dirección de la cura que puede desplazar el deseo del analista a un deseo de curar, al furor sanandi.
Miller nos recuerda también que Lacan recomendaba "el sesgo", es decir, mantener una distancia respecto del eje del paciente en términos imaginarios. De ese modo el analista se situaría de costado a la hora de intervenir con su decir que busca despegar significante de significado a fin de apuntar a aquello del parlêtre que no se deja atrapar y escapa a la cadena significante.
Lacan señala que la interpretación se dirige, entonces, a la causa del deseo, es decir al goce que está detrás del sentido que el ser que habla le atribuye al significante. El analista apunta "por algún sesgo", nos dice Miller, a que con la interpretación resuene en el cuerpo el goce que se mantiene ahí entramado y anudado.
En el Seminario 19 Lacan esclarece, asimismo, la diferencia para el analista entre hacer semblante y ocupar la posición del semblante, precisamente porque frente al goce no hay otra posición posible. El semblante, añade, "brinda su altavoz a algo distinto de sí mismo al mostrarse como máscara", término que Lacan enlaza con gran tino con lo que tiene lugar en la escena griega. "El semblante produce efecto por ser manifiesto. Cuando el actor lleva la máscara, su rostro no gesticula, no es realista. El pathos se reserva al coro que lo disfruta. (…) Y ¿para qué? Para que el espectador –me refiero al de la escena antigua- encuentre su propio plus de gozar comunitario. (…) Por dar voz a algo, el analista puede demostrar que esta referencia a la escena griega es oportuna."3 Lacan destaca que ya Aristóteles designaba a esto como "el efecto de la tragedia sobre el auditor", el analizante traslada sobre el analista su escena, y éste ocupando el lugar del semblante le devuelve el efecto de su propia tragedia en el eco de la voz. Quizás esta posición orienta hacia el modesto desapego que Miller en su texto recomienda para el analista.