XVII Conversación Clínica del ICF-E. "Presencia del analista en la cura"

Una pregunta a...

Neus Carbonell

Psicoanalista, miembro de la ELP.

Pregunta de Adrián Buzzaqui

Las tres pasiones fundamentales del ser (amor, odio e ignorancia) en relación con la presencia del analista: En el Seminario 17 Lacan plantea que el analista no debe participar en ellas (solamente así se puede sostener la neutralidad del analista). Sin embargo, la presencia del analista supone justamente la presencia en tanto real del cuerpo. Entonces, ¿cómo se sostiene la presencia del analista ahí –las pasiones, que son del ser, se sostienen justamente en ese real?

Recordemos la cita aludida de Lacan en el seminario 17 en la clase del 15 de abril del 1970 titulada "La feroz ignorancia de Yahvé":

"Lo que distingue a la posición del analista –no voy a escribirlo hoy en la pizarra con la ayuda de mi esquemita, donde la posición del analista está indicada por el objeto a, arriba y a la izquierda--, y éste es el único sentido que se le puede dar a la neutralidad analítica, es que no participa de esas pasiones. Esto le hace estar en todo momento en una zona incierta en la que vagamente está a la búsqueda, siguiendo el paso, para estar en el ajo, en lo que se refiere al saber que sin embargo ha repudiado"  (pp. 144-145).

En los cuatro discursos Lacan sitúa el discurso del analista como el reverso del discurso del amo, tal y como se hace referencia en este fragmento. Allí donde el discurso del amo tiene como agente el S1 en el discurso del analista tenemos el objeto a. En efecto, estamos en la doctrina del deseo del analista, lo que quiere decir situar al analista en su función simbólica más allá de las pregnancias de lo imaginario en que se encontraban los postfreudianos. El deseo del analista como causa del acto analítico implica que por su presencia el analista hace surgir el "Che voi", primero bajo la forma del deseo del Otro: "qué quiere el analista", para que después se transforme en la pregunta por el deseo del analizante y de esta manera se instaure un deseo de saber. El analista debe, entonces, sostener su función como X, función simbólica con la que remitir al analizante a su propio inconsciente. En este sentido, la posición del analista está más próxima de su "deser", que no de su ser. En esta doctrina la posición del analista está marcada por un más y por un menos. Por el menos de la castración, del –φ, además de por el más del objeto a causa del deseo.1

El analista, entonces, no participa de las tres pasiones del ser –amor, odio e ignorancia—en tanto que debe alejarse de la contratransferencia y de su propio fantasma. Solo desde ese más allá puede devolver la experiencia analítica a su lugar simbólico. La neutralidad analítica, en este sentido, es entendida como el motor del acto, y no como su inhibición. El analista, "para estar en el ajo", se encuentra –vagamente, matiza Lacan—en la búsqueda de un saber "que sin embargo ha repudiado". Sin duda, alejado de la pasión por la ignorancia, no sitúa el saber en el lugar del amo. He aquí porque está en una "zona incierta". El analista es aquél que sabe lo que es, es decir, sabe algo de su deseo como causa. Sin embargo, debe "repudiar" ese saber –esto es, no aceptarlo—para llevar al analizante hasta saber algo del suyo.

Sin embargo, en su última enseñanza, Lacan separa verdad y goce, lo cual es decisivo en un final de análisis. Ya no se trata de la búsqueda de la verdad que, por estructura, es mentirosa sino de aislar la posición de goce que ha sostenido la búsqueda misma de la verdad. Habrá hecho falta embrollarse suficientemente con la verdad en un recorrido analítico para separarla de lo real. El analista es aquél que ha extraído su propio real de sus embrollos con la verdad. Jacques-Alain Miller lo describe en estas palabras: "Un analista sería alguien que sabría medir la distancia entre verdad y real, y de este modo sabría instituir la experiencia analítica"2. El analista, entonces, puede apuntar a lo real que queda, como resto inasimilable, detrás de toda operación de sentido. Su acto es posible en tanto que él ha alcanzado el punto de extracción de un real en su experiencia.

Si alguna función debemos otorgar, en este punto, a las pasiones del ser—para retomar la pregunta formulada al inicio— diremos que el analista habrá logrado sacar de ellas su trozo de real. Pero, ¡cuidado!, no es con "eso"—ni por supuesto "con ellas"—con lo que opera sino con la hiancia entre goce y verdad. La presencia del analista apunta entonces a la ex – sistencia del goce precisamente porque algo sabe de la inex –sistencia de la relación sexual. La orientación por lo real sería un nuevo nombre para la "neutralidad analítica".

  1. Jacques-Alain Miller, El lugar y el lazo, Buenos Aires: Paidós, 2013, p. 372.
  2. Sutilezas analíticas, Buenos Aires: Paidós, 2011, p. 135.

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