XVII Conversación Clínica del ICF-E. "Presencia del analista en la cura"
Juan Carlos Tazedjián
Psicoanalista. Miembro de la ELP y la AMP. Psicólogo Clínico en la Unidad de Psiquiatría del Hospital Casa de Salud, Valencia.
En los los casos de instituciones orientadas por el psicoanálisis (por ejemplo, Le Courtil, CPCT, etc), prácticas entre varios, dispositivos de Salud Mental, todos ellos lugares donde están –o pueden estar- analistas. ¿cómo articular la presencia del analista en una institución? ¿Cómo se presentan, cómo hacen presencia allí? ¿Cómo se juega la posibilidad y la imposibilidad allí? ¿Cómo se articula transferencia e inconsciente (Freud / Lacan) en ese lugar (institucional)? Si la transferencia es del sujeto hacia la institución, ¿cómo se articula ahí la presencia del analista?
La aparición en las preguntas de los términos presencia y transferencia, supone- acertadamente- que hay una articulación entre ambas. Para poder entrar en tema con mayor precisión, me parece conveniente decir cómo entiendo dicha articulación. Parto de que "presencia del analista" no es lo mismo que "transferencia". Tampoco es lo mismo "presencia del analista en las instituciones" que "presencia del analista en la cura".
La transferencia es un concepto princeps Freud, sin el cual no se sostiene ni su teoría, ni su clínica, ni mucho menos la práctica de la que da cuenta. Para Lacan es uno de los 4 conceptos fundamentales del Psicoanálisis, al que le dedica una parte del seminario XI (1), todo el seminario VIII (2) y ocupa un lugar importante en sus escritos y demás seminarios.
La presencia del psicoanalista no es un concepto psicoanalítico, aunque en el Seminario XI Lacan la considere integrada "dentro del concepto de inconciente", como "una manifestación del inconciente" (3) Es una noción que aparece nombrada en muy pocos lugares en su enseñanza y sólo adquiere un estatuto consistente, a partir de la lección de Miller de mayo del 2009 (4) cuando dice: "Queda algo que se llama su presencia, y que no puede ser simplemente una idea al pie. Además, está presente, él también aporta el cuerpo." Y en la página siguiente, lo repite para que no quede el menor lugar a dudas: "Pero es necesario que haya cuerpo en el asunto, presencia, como se dice (el subrayado es mío)". Como el término no es unívoco empiezo tomándolo en tanto noción psicoanalítica, tal como lo dice Miller: presencia= que haya cuerpo, el del analista.
Leído de esta forma, se puede ver su articulación con la transferencia. Tanto en Freud (5) como en Lacan (6), hay la vertiente imaginaria de la transferencia, tratada desde el amor. Lacan introduce la vertiente simbólica, hasta el punto de escribir su matema de la transferencia en la Proposición del 9 de Octubre (7), donde define al Sujeto Supuesto Saber como "el pivote desde donde se articula todo lo que tiene que ver con la transferencia". Entiendo entonces, que la "presencia del analista", es la dimensión real de la transferencia.
Y si bien decía que la transferencia no es nada real en el sujeto (8), era el primer Lacan, que aún no había conceptualizado el inconciente real, ni siquiera lo real. No se trata entonces de " la persona" del médico, como decía Freud (9), ni de algo que puede no ser soportado por el analista- " el traje no le va al analista"(10) dice Lacan- sino de su cuerpo. Ni persona, ni traje, su cuerpo. En sentido lacaniano, cuerpo significantizado.
Dicho lo anterior, entiendo las 2 primeras preguntas, no tanto por la "presencia" en la cura como lo real de la transferencia, sino como quien hace presente estando allí, al psicoanálisis mismo, la presencia en las instituciones, es decir, del lado del semblante. Me referiré más que Le Courtil y los CPCT- donde el psicoanalista ya está presente en lo simbólico, precedido por el nombre de la institución que a la vez lo nombra a él- a dispositivos de salud mental públicos o privados, donde lo simbólico no lo está esperando y respecto al cual se podría hacer la pregunta ¿Qué hace un psicoanalista como yo en un lugar como éste?
Y la pregunta es más pertinente cuando está referida a lugares donde no sólo no se lo espera ni se lo reclama, sino donde está prohibido. Los psicoanalistas españoles en instituciones donde se atienden pacientes de seguros privados de salud, firman en el contrato de admisión que entre las psicoterapias que cubre el seguro no se incluye ni psicoanálisis ni hipnosis. De allí que lo que espera tanto la institución como el paciente, no es un analista sino un psicoterapeuta.
En estos casos no está claro que haya transferencia del sujeto a la institución, ya que no se trata de un saber supuesto sino expuesto. El psiquiatra- que es quien deriva o no al usuario a psicoterapia- empieza exponiendo su saber: usted necesita tal medicación y/o psicoterapia. Ya el significante mismo "salud mental", dice que la institución atesora un saber sobre la salud que se busca alcanzar. Otras veces, las menos, es el usuario quien pide al psiquiatra una autorización para psicoterapia.
Como "psicoterapeuta" de uno de estos hospitales privados utilizo de entrada un recurso eficaz: la sorpresa, para la que ni siquiera hacen falta palabras. Bastan expresiones de asombro para que el paciente sospeche que no hay un saber previo sobre "enfermos como él". Esto suele producir una cierta perplejidad e inquietud, ya que la frecuente lectura de libros de autoayuda y artículos de divulgación de las TCC con las que el sujeto suele venir pertrechado, han generado no una suposición sino una atribución de saber estadístico sobre el pathos. Contradecir ese saber con la sorpresa que lo niega, crea las condiciones para una posible suposición de otro saber, sobre lo que le pasa "a él". Esto permite un tipo de lazo particular, diferente a las psicoterapias, que hace que alguien pueda a veces llegar a entrar en análisis sin saberlo.
Como en el ajedrez, no podemos prever las "jugadas posteriores", que serán distintas en cada caso y en las que la "libertad del analista" -como dice Lacan (10)- quedará reducida por la dirección que la transferencia imprima a la cura. La presencia del analista que pone el cuerpo en una experiencia para la que no ha sido requerido ni por la institución ni por el paciente, abre la posibilidad a lo real de esa experiencia, para, como decía Lacan, con una oferta crear una demanda. Y en instituciones de este tipo, no hay mejor oferta que su presencia y su peculiar escucha.
Lo único que comparte con el "análisis" por Webcams - que ya se está ofreciendo así en las redes sociales- es que interviene la mirada como obstáculo. Y si bien es cierto que no es necesario que haya diván para que haya análisis, sí es bueno que esté para cuando conviene y poder evitar así la fuerte pregnancia de la imagen visual. Podría parecer que el cara a cara refuerza la presencia del analista, pero lo que en realidad refuerza es la ilusión de la presencia de un sujeto, cuando de lo que se trata es de un cuerpo y una voz átona…
"¿Cómo se presentan, como hacen presencia allí?" Esta pregunta no es sencilla de responder ya que depende mucho de las características no sólo de cada institución sino de los demás "profesionales de la salud", que la habitan. Depende de la transferencia -positiva o negativa- que los psiquiatras tengan con el análisis y del grado de aversión o ignorancia de los psicólogos cognitivistas respecto a él. Allí, fuera de su consulta y sin el paciente, la cuestión del saber y el no-saber juegan de otra manera.
Los pacientes hablan al analista en sus sesiones, pero también hablan con el psiquiatra, las enfermeras, la secretaria, con otros pacientes en la sala de espera. Y en esos contactos, puntuales, breves, casi administrativos, transmiten sin necesidad de decirlo, algo de lo que ocurre en las sesiones, algo distinto, peculiar, que va más allá del binomio salud-enfermedad, algo que es del orden de la transferencia. Como también lo es aquello que el analista escribe en un informe requerido ya sea por el psiquiatra, por el médico de cabecera que le ha firmado la baja laboral o el inspector de la mutua que va a decidir sobre ese tema. Todo esto configura otro tipo de presencia, que es no tanto la del analista como la presencia del psicoanálisis en la institución. Una presencia que es del orden del semblante pero que no existiría sin la presencia real del analista en las sesiones.
Esta presencia del psicoanálisis en la institución que el analista propicia, ya no es su exclusiva responsabilidad sino también de los demás analistas, de los que trabajan en otras instituciones, de los que no atienden más que en su consulta privada, de las instituciones analíticas mismas, de los analizantes, y de la Escuela.
Como dice Jorge Alemán (11), "el botín de guerra del neoliberalismo es la subjetividad" o, en palabras de Margaret Tatcher: "La economía es el método, el objetivo es el Alma". Dos de sus armas más importantes son la autoayuda y las TCC, al servicio del llamado irónicamente por Lacan "discurso" capitalista. Por el momento, el discurso analítico es la mayor resistencia contra ese intento de colonización del sujeto, discurso molesto que no casualmente intenta ser neutralizado por los poderes del mercado y sus gerentes políticos. Por lo tanto, es también precisa una lucha fuera de la institución, que -aunque sin garantías- defienda la presencia del analista dentro de las instituciones, como forma de propiciar la supervivencia de su práctica, mucho más amenazada de lo que puede parecer. Quizá ésta, la vertiente no clínica, ni institucional, ni doctrinaria, sino política, sea la que requiera la presencia del analista ciudadano. "Los analistas han de entender que hay una comunidad de intereses entre el discurso analítico y la democracia, ¡pero entenderlo de verdad! Hay que pasar del analista encerrado en su reserva, crítico, a un analista que participa, un analista sensible a las formas de segregación, un analista capaz de entender cuál fue su función y cual le corresponde ahora" (12)
Referencias