XVII Conversación Clínica del ICF-E. "Presencia del analista en la cura"

Flashes

Flash de Lorena Oberlin Rippstein

El analista tiene que pagar algo para sostener su función. Paga con palabras-sus interpretaciones. Paga con su persona, en la medida en que, por la transferencia, es literalmente desposeído de ella… Finalmente, es necesario que pague con un juicio en lo concerniente a su acción. Esta es una exigencia mínima. El análisis es un juicio… Si puede parecer escandaloso avanzar esto aquí, probablemente hay alguna razón para ello. La razón es que desde cierto ángulo, el analista tiene altamente conciencia de que no puede saber que hace en psicoanálisis. Una parte de esa acción permanece velada para el mismo.

Seminario 7 La ética del psicoanálisis. Cap. La demanda de felicidad y la promesa analítica. Pág. 347-8.

Respuesta de Eugenio Díaz

Psicoanalista. Analista Miembro de la Escuela (AME) de la ELP y de la AMP. Director Técnico de la Fundació Cassià Just.

Presencia y  función del analista

Una analizante insaciable… en la búsqueda de signos de amor en los hombres, requiere por su exigencia pulsional -que le remite cada vez a un lugar de desecho-, que el analista maniobre (con las operaciones de la transferencia), para que un efecto de separación de la demanda mortificante y del yo de las intenciones sea posible, sin promesa de tipo alguno.

Ella pide y pide al analista cualquier cosa, desde que le garantice un saber sobre cómo conseguir, retener, recuperar, incluso dejar a los hombres, hasta tiempo "extra" en las sesiones.

El silencio, el corte de sesión, o una convención sobreentendida que no dice nada, son las respuestas (maniobras transferenciales) del analista en esos momentos. Hay otras que le seguirán cuando se desvele el punto de repetición subjetiva.

En una serie de sesiones hablando de su relación con los hombres, se refiere a uno con el que ha comenzado a verse no hace mucho y al que dice querer dejar, pues no cumple sus expectativas. Él insiste e insiste en continuar con ella y en su insistencia, la hace dudar.

La analizante quiere, una vez más, que el analista le diga qué hacer. Sabe, por su recorrido en el análisis, de la ética de las consecuencias, a pesar de lo cual no puede dejar de insistir. La respuesta del analista cada vez en ese punto, es, "bien". Apenas eso.

"Eso no me ayuda", responde, al más puro estilo Dora, "puede indicarme más, necesito más". Silencio y un corte de sesión que incluso podría parecer amable.

En una de las vueltas dice: "Menos mal que es usted analista y algo menos humano que los demás, pues estoy haciendo lo mismo con usted, qué el conmigo, sólo que usted ni lo rechaza, ni huye".

Con un señalamiento y un interrogante sobre su "rechazar y huir", se abre para el sujeto una vía donde se podrán escuchar en adelante, los ecos en el cuerpo de un decir de la infancia que se perpetúa como repetición, incluso como marca por el estrago materno.

En este recorte clínico, bien se pueden escuchar las vertientes del pago del analista para sostener su función.

Nítidamente con su persona, desposeído de ella, deshumanizado, sólo así la paciente pudo saber de la repetición.

Pero no menos con su juicio, es decir con el acto, del que sólo sabrá (el analista), si lo es, por sus consecuencias. Aquí, el corte de sesión no es un juicio, es decir un rechazo al sujeto, es una cita a ser convocado en la repetición de una significación (familiar) que la atraviesa y que dibuja un destino.

No es un mero cálculo, pues si sólo fuera eso apuntaría a otro destino, no muy alejado del familiar, lo que haría el análisis interminable, perpetuando una transferencia que no es sino sugestión.

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