XVII Conversación Clínica del ICF-E. "Presencia del analista en la cura"

Flashes

Flash de Lorena Oberlin Rippstein

…Las coordenadas que el analista ha de ser capaz de alcanzar para, simplemente, ocupar el lugar que le corresponde, definido como aquel que le debe ofrecer, vacante, al deseo del paciente para que se realice como deseo del Otro.

Seminario 8: La transferencia, cap, "La atopía de Eros", p. 125

Respuesta de Miriam Chorne

Psicoanalista, AME (analista miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano) y docente del NUCEP.

Para comentar la frase propuesta en relación al tema de la próxima Conversación Clínica sobre la presencia del analista es necesario situar -como nos ha enseñado a hacer Jacques-Alain Miller- dicha frase en el contexto de la enseñanza de Lacan. Podemos así señalar que en esta caracterización de la transferencia los aportes propiamente lacanianos no están aún presentes: no contamos con las coordenadas del sujeto supuesto saber -como habría de definirse a partir de la "Proposición del 9 de octubre de 1967", ni con las del objeto en el Otro. La definición de 1964 en el Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis ofrece el matiz libidinal de la definición de la transferencia como "puesta en acto de la realidad (sexual) del inconsciente" que en el Seminario 8 apenas comenzaba a despuntar en una forma todavía escenificada en la figura del agalma que encierra el Sileno y bajo la forma de la presencia real, pero que es todavía casi la implicación de su acción de escuchar. Falta la juntura de la nada, de lo "vacante" y lo real.

Sin embargo, creemos poder señalar ya en el Seminario 8, dedicado a la transferencia, un giro importante respecto de los seminarios previos, que consiste en la promoción de una topología que sitúa en un lugar privilegiado el vacío central. En efecto hasta entonces la primacía simbólica propugnada por Lacan hacía que el síntoma fuese considerado obedeciendo de manera fundamental a las leyes de la represión. Se explicaba la transferencia mediante una regresión que traía al presente los significantes utilizados en las demandas que estaban por su parte prescritas. "El psicoanalista es aquel que soporta la demanda, no como suele decirse para frustrar al sujeto, sino para que reaparezcan los significantes en los que su frustración está retenida."1 La demanda se dirige al Otro del significante y se necesita que ese Otro disponga de los significantes de acogimiento y de rechazo de la demanda.

A partir del Seminario 8, en cambio, esa nada que ya estaba presente en "La dirección de la cura y los principios de su poder" por ejemplo en la fórmula del amor "como dar lo que no se tiene" , pero que era todavía afín al sujeto mismo comienza a ser pensada como un resto que escapa a la simbolización. Es además una defensa frente a un goce que no se deja subsumir en la función significante:"deseo y fantasma no saturan aquello de lo que está en juego en el goce, rechazado fuera de lo simbólico y lo imaginario, en lo real", escribe Jacques-Alain Miller en los "Paradigmas del goce"2.

Nos parece que esta es la razón de que comience este seminario evocando sus propuestas más novedosas del seminario anterior, el dedicado a la ética del psicoanálisis.

Así, al comienzo del Seminario en la "Introducción" que lleva por título "Al principio era el amor", Lacan con su habitual carácter polémico opone la topología lacaniana a la ética del Soberano Bien platónica que coloniza el agujero central, velándolo. La designa como una ensoñación o fantasma, la Schwärmerei platónica busca cubrir el centro de nuestro ser, el vacío impenetrable con la idea del Soberano Bien, (p. 13)3. Igualmente la opone a la ética cristiana en la que el amor de Dios ocupa el lugar del vacío de la tragedia antigua, el del entre-dos-muertes. En la medida en que el imperativo inexpresable de la segunda muerte no puede sostenerse "porque nos encontramos ante un dios que no puede dar órdenes insensatas y que viene para que la muerte ya no siga siendo cruel, surge también el amor. Él ocupa este lugar, llena el vacío.", (p.130).

Este avance mayor del Seminario 8 hace surgir una interrogación permanente a partir de ese momento en la enseñanza de Lacan, la de cómo alcanzar, afectar a ese real por medio de la palabra y del lenguaje. En este seminario responde que el psicoanalista actúa con su deseo, lo que lo lleva a recurrir al Banquete de Platón "un texto de interés verdaderamente monumental, original, respecto de la que es nuestra tradición sobre el tema de la estructura del amor." (p.25)

Su amplia consideración del texto platónico que consigue vivificarlo, sacarlo del museo de los clásicos, le sirve para realizar la crítica de las corrientes psicoanalíticas contemporáneas al texto sobre la transferencia. De una parte opone reparos a la idea de la relación psicoanalítica en términos de intersubjetividad, de la que directamente se burla. Hay que tener presente que es el momento en que las objeciones -que Lacan considera legítimas- de algunos analistas a reducir la complejidad de la cuestión de la transferencia limitándola a lo que ocurre en el sujeto llamado paciente, en el analizado se condensaron en la noción de contratransferencia. Lacan no está de acuerdo con esta solución y propone en cambio considerar "qué debe ser el deseo del analista". Se dirá que "el analista debe saber algo más de la dialéctica del inconsciente" y que "no bastará con una catarsis de lo más grosero", preguntará así ¿hasta dónde ha de llegar "en lo referente a los efectos mismos del saber"? "¿Qué debe quedar de su fantasma?" ¿Cuál tiene que ser el papel de la cicatriz de la castración en el eros del psicoanalista?" (pp. 124 y 125). Admite que son preguntas más fáciles de plantear que de resolver, pero que deben formularse. 

Por otra parte la lectura del Banquete le permite afirmar que la transferencia no puede conocer una referencia diádica, como suele ser habitual en el psicoanálisis no lacaniano. La conocida escena donde Socrátes remite a Alcibíades por una parte a Agatón mientras mantiene en reserva la nada del agalma  le proporciona una topología más compleja. La atopía del deseo de Socrátes sirve para designar el punto central donde se encuentra en estado puro y donde se vacía el lugar del deseo. Para Socrátes no queda más que el deseo de discurso, para siempre.

Sin embargo la frase que está al comienzo del seminario está aún lejos no sólo de desarrollos posteriores sino incluso de los capítulos XIV "Demanda y deseo en los estadios oral y anal" y XV "Oral, anal, genital".  En estos capítulos ya está presente la disyunción de la demanda y el deseo en el estadio oral, anal y fálico y es retomado todo el movimiento anterior -el de "La dirección de la cura…"- con un estatuto del objeto completamente diferente. Porque al igual que otros seminarios de Lacan -y como fuera indicado por J.-A. Miller a propósito del Seminario 6-  se puede afirmar que el comienzo del dedicado a la transferencia no es contemporáneo de su final, precisamente en la medida en que ya el objeto al final no es significante. Esto se prepara por la conjunción de la transferencia y el amor. El analista en este seminario sostiene su posición en su rechazo a ser amable, rechazo a lo que le concierne en la metáfora del amor. "¿Qué hace que rehuse? Es que sabe, debe saber, que aunque no haya nada en él de amable, estatutariamente en el análisis se produce, como anamorfosis del saber, el espejismo del amor respecto de él. Sócrates lo sabe y lo expresa en su texto: su esencia es una nada."4

  1. Lacan, J., Escritos, Tomo I, "La dirección de la cura y los principios de su poder", Siglo XXI editores, México, 1971.
  2. Miller, J.-A., La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, cap. XIII, "Paradigmas del goce", Paidós, Buenos Aires, 2003.
  3. Anotamos entre paréntesis las páginas del Seminario 8, La transferencia, Paidós Buenos Aires, 2003.
  4. Miller, J.-A., Extimidad, cap. V, "la transferencia y el amor", Paidós, Buenos Aires, 2010.

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