XVII Conversación Clínica del ICF-E. "Presencia del analista en la cura"
Antonio Lorente Gracia
Psicólogo. Licenciado en Psicopedagogía, Diplomado en Trabajo Social y Educador Social habilitado. Miembro y vocal de la Junta Directiva de la Asociación Aragonesa para la Investigación Psíquica del Niño y Adolescente. Participante en el Instituto del Campo Freudiano en Zaragoza. Desarrolla su actividad profesional en Servicios Sociales Comunitarios y Atención Temprana.
En el discurso final de Pipol V Jacques-Alain Miller (2011) esboza posibles significantes para el Pipol VI del 2013. Y precisamente luego del encuentro sobre el concepto psicoanalítico de salud mental y poner énfasis en la enunciación del paciente como sujeto singular, requiere abrir el discurso en relación al analista, su posición y su lugar en el caso clínico. Sobre ello menciona: "todo caso clínico debería tener la estructura de Las Meninas de Velázquez pues el pintor se representa a sí mismo con pincel en mano justo a los demás seres sobre el lienzo. Y continuaré el apólogo hasta llegar a señalar que lo que nos ofrece el cuadro….es lo que ve el amo, a saber la pareja real, pero precisamente un amo que no está representado, que esta esfumado, como desvanecido, como degradado en el reflejo que se perfila al fondo del cuadro; de ese amo no queda sino su lugar, ese lugar mismo al que todo el que llega, cada espectador, viene a inscribirse" ¿Qué puede comentar al respecto? ¿Cómo se conectaría con el capítulo titulado "Los cuerpos atrapados por el discurso" del Seminario XIX de Jacques Lacan, donde plantea "si existe algo denominado discurso analítico se debe a que el analista en cuerpo, con toda la ambigüedad motivada por este término, instala el objeto a en el lugar del semblante"?
Estas cuestiones que propone Carolina, haciendo uso de las orientaciones trazadas por Miller en la Conclusión de PIPOL V (2011) hablando acerca del concepto de Salud Mental en Psicoanálisis, significante éste, y aquí estoy con Miller, que es increíble, trataré a continuación de aproximar una reflexión provisonal a este debate epistémico.
Remite directamente al lugar que “idealmente” ha de saber y poder ocupar “un” analista con su acto de hacer presencia y con su cuerpo. Nos explica Miller “Estamos dentro del cuadro clínico y no sabríamos descontar nuestra presencia ni prescindir de sus efectos. Tratamos, sin duda, de comprimir esa presencia, de esmerilar sus particularidades, de alcanzar el universal de lo que llamamos el deseo del analista. (...). Pero, desde el momento en que conseguimos borrar lo que nos singulariza como sujeto, entonces es el analizante el que sueña, el que nos sueña a nosotros, su interlocutor, con los rodeos de su fantasma y con la identidad que atribuye a ese interlocutor, que no sabrían no figurar en el cuadro.
En una palabra, eso os obliga a pintaros a vosotros mismos en el cuadro clínico. Es como Velázquez, cuando se representa a sí mismo, con el pincel en la mano, junto a los demás seres con los que puebla la tela de Las Meninas, y que es algo que produce desorientación (…). Diría que, en psicoanálisis, todo caso clínico debería tener la estructura de Las Meninas. Y continuaré el apólogo hasta llegar a señalar que lo que nos ofrece el cuadro de Velázquez (…), es lo que ve el amo, a saber, la pareja real, pero precisamente un amo que no está representado, que está como esfumado, como desvanecido, como degradado en el reflejo que se perfila al fondo del cuadro; de ese amo no queda sino su lugar, ese lugar mismo al que todo el que llega, cada espectador, viene a inscribirse.”
Pero yo me pregunto seriamente, y por eso he dicho “idealmente” y “un” y no “el” analista cuando hablo de ocupar la posición acorde con el deseo del analista.
¿Es posible, pese a haber transitado por la experiencia lógica del análisis, incluso el haber llegado a su fin, o como dice Gil Caroz “que el practicante, comience a tener un eco de su singularidad más privada en el marco de su experiencia del psicoanálisis, poder maniobrar la singularidad de quien le habla y hacerle un lugar”, y señalo, borrando lo que nos singulariza? Y me lo sigo preguntado. De momento me inclino a pensar que hay un imposible en esa dimensión del vacío en el analista que posibilitaría al analizante colocar su goce ahí.
Como bien dice Miller, “tratamos de descontar nuestra presencia, de esmerilar particularidades, pero el cuerpo y el goce siempre van a estar presentes”, y más nos vale estar advertidos de ello para poder saber hacer ahí.
Justamente en este preciso momento se puede conectar la segunda cuestión donde plantea “si existe algo denominado discurso analítico se debe a que el analista en cuerpo, con toda la ambigüedad motivada por este término, instala el objeto (a) en el lugar del semblante”. Y el avance de mi respuesta, desde mi humilde posición no esta todavia cerrada por eso pregunto ¿Cuál es, si es que lo hay; el goce del cuerpo del lado del analista que se pone en juego en la transferencia analítica?. Lacan dice que el analisita no hace semblante, él ocupa la posición de semblante. Esto viene a decir que privilegia la igualdad del semblante con el objeto (a) y concreta su relación a lo real y al goce, en el analista para poder sostener su acto.
Pero conviene señalar que el deseo de analista no es de granito, el analista tiene cuerpo y goza, es decir el deseo puede ser contingente y marchar en ocasiones a contrapelo y tal vez esto tenga sus efectos en la dirección de la cura.
Estamos aquí, o así me gustaría pensar al hablanteser más allá del sujeto en su dimensión simbólica, porque alguna vez en nuestra vida en lo más íntimo de nosotros hemos registrado el impacto del goce en nuestro cuerpo, aunque en algunos casos mediado por el fantasma, en otros no y que gracias a que estamos en el lenguaje alguna cosa hemos hecho bien. ¿Qué?. Dirigirnos al otro en el espacio analítico a buscar. Cuando opera el deseo del analista puede ponerse en paréntesis el goce, y tener el objeto (a) como causa. Es lo que le posibilita al analista ocupar “suficientemente bien” el lugar.
Pero insisto, creo que el goce está y, además haciendo de las suyas (la pulsión siempre encuentra satisfacción); en cualquier caso, el muerto está muerto, no nos vale con hacer “un como si”…la cuestión a elucidar es como opera el goce siempre opaco, imposible de negativizar en el deseo del analista, cuerpo y goce son imposibles de extraer de la escena analitica. Persevero otra vez, nos conviene a todos estar advertidos para que el goce no haga estragos en las condiciones de época donde practicamos nuestra disciplina.
En relación al goce, a lo real y al cuerpo interpelando al analista, me viene a la cabeza un comentario que hizo Juan Carlos Indart en una entrevista sobre el ultimísimo Lacan en “consecuencias”. Un analista al que admiro por la manera de transmitir su enseñanza. “No hay ningún camino real para el psicoanalista que el de su formación efectiva, su formación autentica. Que no puede nunca desprenderse de su práctica y eso tiene sus tiempos, que no son posibles saltear. (…). Si ustedes escuchan todos los últimos testimonios del pase, fui con mucho interés a Río para escuchar a los nuevos a ver si había datos de una implicancia diferente de los resultados de la práctica pero me pareció que no, al revés, que son pases, que ya podemos decir entre nosotros, clásicos. Donde vemos la construcción del fantasma, el sacudimiento de esa defensa, a veces un poco sobre el síntoma, una versión del trauma un poco ampliada, no siempre ha sido claro en que ha sido sexual, pero en general me parece que no puedo decir que haya escuchado un testimonio del pase que reciba una enseñanza vinculada a la ultimísima enseñanza de Lacan”.
Podríamos poner a trabajar la vieja controversia freudiana que viene ya del 1937 sobre la finitud del analisis, aunque la lógica si que deja claro que los análisis acaban, pero conviene que recordemos que también Lacan decía que “si hay alguien que pasa el tiempo pasando el pase, ese soy yo”.
Los estremecimientos de lo real de la experiencia humana no cesan de venírsenos encima, aunque el pase pueda orientar. Este es mi pequeño aporte a este debate.