XVII Conversación Clínica del ICF-E. "Presencia del analista en la cura"
José Rubio
Licenciado en Psicología. A.P. DEA de la Sección Clinica de Barcelona ICF. Coordinador técnico de Servicios Sociales Mancomunidad l'Horta Nord.
El primer Lacan, el del Discurso de Romai>, coloca en lugar predominante el registro de lo simbólico, registro doblemente articulado como campo del lenguaje y como función de la palabra. En su retorno a Freud, para Lacan la cura es una experiencia de palabra y define la experiencia analítica como una experiencia dialéctica. Es el momento de la enseñanza de Lacan donde existe la predominancia de lo simbólico y donde el goce está capturado en el registro imaginario, ¿ Entonces, bajo esta perspectiva, cómo opera la presencia del analista en la experiencia analítica?
No es sencillo comentar esta pregunta, pues además de la dificultad de dar razón de la "presencia del analista en la cura", se añade –lo cuál vuelve a la pregunta doblemente interesante- la retroacción de la segunda y también última enseñanza de Lacan repercutiendo sobre la primera. En el texto al que se refiere nuestra colega: "Discurso de Roma" no aparece como tal la expresión "presencia del analista", aquí –por lo menos en mis lecturas- se trata más bien de "posición del analista", posición del analista en la intersubjetividad del acto de palabra, y con su respuesta (interpretación) da acceso a la restauración de la historia –simbolización- del sujeto, y la verdad.
Se entiende bien la lógica de la pregunta: en la primera enseñanza se trata del predominio del registro simbólico, remite al Otro del significante, en cambio la "presencia del analista" -como se indica en el excelente texto de presentación- supone una inflexión pues se trata de la insuficiencia del registro simbólico. A diferencia de la "posición", la presencia del analista se formula allí donde el saber se declara incapaz para responder a la demanda de ser, y la satisfacción pulsional requiere de un Otro encarnado, un Otro de carne y hueso. La pregunta señala esta inflexión y puesto que la satisfacción supone la introducción del goce en el campo de la palabra y el lenguaje, la pregunta –donde señala que en la primera enseñanza el goce está en el registro imaginario- reintroduce lo imaginario como cuestión. El problema está detectado por Freud "quien plantea la transferencia como motor y, a la vez, obstáculo de la cura"1.
Para comentar la interesante y difícil pregunta, tomaré como referencia el texto de "Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis" –texto de la primera enseñanza que "no es pensable olvidarla, hacer como si ya no fuese eficaz"2- reparando en los puntos de inflexión, los límites de la historización, lo inefable, que por supuesto están presentes en estos textos.
Al principio del texto referido dice: "Mostraremos que no hay palabra sin respuesta, incluso si no encuentra más que el silencio, con tal de que tenga un oyente, y que éste es el meollo de su función en el análisis. Pero si el psicoanalista ignora que así sucede en la función de la palabra, no experimentará sino más fuerte su llamado, y si es el vacio el que primeramente se hace oír, es en sí mismo donde lo experimentará y será más allá de la palabra donde buscará una realidad que colme ese vacío"3.
En la frase de "no hay palabra sin respuesta", está expuesto el fundamento de la dialéctica de la experiencia analítica, el sujeto habla al otro, el oyente –forma parte esencial del acto de la palabra- tiene el poder de sancionar " … no solo el sentido de ese discurso reside en el que lo escucha, sino que es de su acogida de la que depende "quién" lo dice … "4. En esta dialéctica constituyente del sujeto, Lacan indica de forma precisa el lugar y la responsabilidad del analista en la cura, dice: "Ahora bien, el analista se apodera de este poder discrecional del oyente para elevarlo a una segunda potencia". La segunda potencia del oyente es dividir al sujeto, sostener una posición de apertura del lenguaje –asociación libre- para que el sujeto acceda a su verdad, al analista le corresponde la acción de contribuir a la producción de esta. Para contribuir a la producción de la verdad, en la dialéctica intersubjetiva, la posición del analista no es fácil puesto que esta palabra-verdad falta en el Otro –estamos en la represión y el retorno de lo reprimido-, por eso más le conviene el no-actuar para de esta forma no consolidar la enajenación del deseo del sujeto en el discurso del otro, mejor poner en juego su falta en ser, y alejarse tanto del saber constituido, así como de las formaciones imaginarias del Yo, que resisten el advenimiento de la verdad del sujeto.
Lacan refiere un límite a la historización (simbolización), cuestión que interesa comentar dado que la pregunta de Mari Cruz supone una retroacción desde un segundo momento de la enseñanza definido precisamente por la "falta de respuesta" del Otro, una falta de respuesta a la palabra del sujeto, que es justamente lo opuesto al principio que funda la dialéctica, donde dice expresamente que toda palabra tiene su respuesta, con tal de que tenga un oyente. Así pues nos interesa centrarnos en el límite de la función y campo de la palabra y el lenguaje, ahí donde se localiza un vacío en el Otro, para estudiar bien cómo Lacan enfoca este asunto, cómo sitúa la posición –presencia- del analista y su función. La pregunta que me corresponde comentar, en mi modo de ver, apunta a esta cuestión: ¿cómo opera el analista ahí donde no hay respuesta del Otro?, pero –aquí se introduce lo interesante de la pregunta- tomando como marco de referencia la primera enseñanza, es decir dentro de una dialéctica donde toda palabra siempre tiene respuesta del Otro. En este punto Lacan sitúa el lazo entre la pulsión de muerte y el advenimiento de la palabra para el sujeto, dice en "Función y campo de la palabra y el lenguaje": "… el instinto de muerte expresa esencialmente el límite de la función histórica".5 Así como "…(hemos mostrado) la relación profunda que une la noción del instinto de muerte con los problemas de la palabra"6 Es un punto complejo, central y muy presente en el texto, que conviene referenciar.
1) La relación analítica entendida como dialéctica engendrada por la palabra y el lenguaje remite, en una forma de alienación imaginaria, a la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel, donde la muerte es el amo absoluto. Se trataría por la acción del analista de encontrar una salida a la enajenación, de devolver al sujeto a su palabra verdadera. Esta operación se realiza con la intervención efectiva del analista en el límite del registro simbólico, y siempre que no se retroceda ante lo que Freud formuló como instinto de muerte.
Lacan plantea –página 302- que la no-acción, posición que es necesaria para no sostener el ronroneo del yo y sus formaciones, plantea que la abstención, su negativa a responder, tiene un límite y que la cura además de la no-acción, requiere de la intervención del analista, se refiere a dar a la palabra del sujeto su puntuación dialéctica. A la pregunta de cómo interviene el analista, el texto responde que sería con el corte de sesión –manejo del tiempo para puntuar el discurso del analizante-, este corte como interpretación sabemos que separa la cadena del significante, es decir S1//S2, y con ello –tal como explica Miller en sus cursos- deja en suspenso el sentido, va contra la alienación del sentido del Otro, para retraer la situación analítica al momento constituyente del sujeto por el significante (S1). El significante crea y al mismo tiempo borra al sujeto. Este momento primordial "(muestra) la relación profunda que une la noción del instinto de muerte con los problemas de la palabra". La intervención del analista actualiza esta unión del acto de palabra y la muerte subjetiva, renueva el nudo de lo simbólico y lo real con la verdad, es decir –como nombra Miller en su curso al explicar este periodo de la enseñanza- pone la verdad en lo real7. La presencia del analista en esta época se podría decir que es la presencia del goce silencioso como pulsión de muerte, la presencia del ser-para-la-muerte en el límite de la simbolización.
2) El analista –dice Lacan en el texto, página 304- "… no rompe el discurso sino para dar a luz la palabra. Henos aquí pues al pie del muro, al pie del muro del lenguaje. Estamos allí donde nos corresponde, es decir del mismo lado que el paciente, y es por encima de ese muro, que es el mismo para él y para nosotros, como vamos a intentar responder al eco de su palabra"8.
La posición del analista, ante el límite de la simbolización, no va más allá de la palabra y el lenguaje, su "presencia corporal" tampoco se sitúa por fuera de este campo, se está del mismo lado que el analizante, pues –dice Lacan a continuación- "Más allá de ese muro, no hay nada que no sea para nosotros tinieblas exteriores".
El "eco de su palabra" remite a la pulsión de muerte, respecto de la cuál Lacan hace la observación de que las desviaciones bien sea por la concepción del análisis centrado en el ego, bien sea por buscar otra realidad que la del discurso, se unen en el mismo rechazo de la pulsión de muerte, enigma que Freud nos legó en el apogeo de su experiencia. La presencia del analista debe conducir la cura hacia este punto, punto donde Lacan dice –pagina 308- "No es en efecto una perversión del instinto, sino la afirmación desesperada de la vida que es la forma más pura en que reconocemos el instinto de muerte. El sujeto dice: ¡No! a ese juego de la sortija de la intersubjetividad donde el deseo solo se hace reconocer un momento para perderse en un querer que es querer del otro. Pacientemente sustrae su vida precaria a las aborregantes agregaciones del Eros del símbolo para afirmarlo finalmente en una maldición sin palabras"9.
Para finalizar diría que la presencia del analista tiene lugar en el límite de la respuesta del Otro (del significante), y repitiendo la frase sorprendente de Lacan, se podría decir que ahí reside la afirmación –irreductible- de la vida.