XVII Conversación Clínica del ICF-E. "Presencia del analista en la cura"
Begoña Isasi
Psicoanalista en Bilbao. Miembro de la ELP y de la AMP. Responsable del grupo de investigación acerca del niño en el discurso analítico del Seminario del Campo Freudiano de Bilbao. Responsable editorial de Carretel, la revista de Psicoanálisis con Niños de la Diagonal Hispanohablante y de la Diagonal Americana de la NRC.
Las tres pasiones fundamentales del ser (amor, odio e ignorancia) en relación con la presencia del analista: En el Seminario 17 Lacan plantea que el analista no debe participar en ellas (solamente así se puede sostener la neutralidad del analista). Sin embargo, la presencia del analista supone justamente la presencia en tanto real del cuerpo. Entonces, ¿cómo se sostiene la presencia del analista ahí –las pasiones, que son del ser, se sostienen justamente en ese real?
Las pasiones del ser se experimentan del lado del sujeto con la entrada en análisis, se juegan por tanto en relación al Otro y son correlativas a la falta-en-ser. Con la puesta en juego de la transferencia el analista es colocado en el lugar del significante de la interpretación lo que provoca el desencadenamiento de los significantes de la falta-en-ser y el sujeto trata de buscar en el Otro aquello que va a calmar y colmar esta falta-en-ser.
Dicha transferencia despierta toda la gama de las pasiones del sujeto: amor, odio e ignorancia, lo que hace que el analista se confronte también con la experiencia de la pasión, de manera que por un lado es puro significante, reduce su presencia imaginaria, y por otro ocupa el lugar de resto, de objeto a, hace semblante de objeto para el analizante, que es aquello que el analista ha de soportar. Se trata, entonces, de que cada vez que el analista es tomado como objeto de pasión, no responda por el lado de la sugestión sino buscando la vía de la interpretación del inconsciente.
Lacan nos dice en el Seminario 17 que lo que especifica a un analista no es estar en la posición de una ignorancia feroz y por lo tanto caer en la verdad, más bien esto sería ponerlo en el rango de uno cualquiera. El que realiza esta posición radical de una ignorancia feroz es Yahvé, no el analista porque el discurso analítico es el reverso del discurso del amo. A Yahvé no le faltan ninguna de las pasiones del ser: amor, odio e ignorancia. Por el contrario la posición del analista, que consiste en hacer semblante del objeto a, siendo este el único sentido que se le puede dar a la neutralidad analítica, es que no participa de estas pasiones. Tampoco se trata de una figura del analista sin pasiones, ya muerto, cadáver, como un simple reflejo del Otro, sino más bien de que el analista ha de estar en todo momento en una zona incierta en la que vagamente está a la búsqueda, siguiendo el paso, para estar en el ajo (que sería la presencia), en lo que se refiere al saber que sin embargo ha repudiado.
Estar en el ajo, haciendo semblante, haciendo presente, aquello que no es representado por el significante, es decir, tal como la localizó Freud, cuando falla la asociación libre, la representación, el sujeto experimenta la brusca percepción de algo que no es tan fácil de definir, el "Sentimiento misterioso de la presencia", dice Lacan en el Seminario 1, "que quizá está integrado a todas las estructuras previas, no solo de la vida amorosa, sino de su organización del mundo".
Si las pasiones del ser son aquellas de la alienación al Otro, de la construcción del fantasma, las pasiones del a son las pasiones de la separación del Otro, aquellas que restan tras el franqueamiento fantasmático.
En su segunda enseñanza Lacan aborda al sujeto por su relación con el cuerpo y acentúa las pasiones del alma: la relación del parlêtre con su cuerpo. La pasión es entendida como algo que se apropia del cuerpo, que se impone, como la excitación jubilatoria del estadio del espejo. Llamamos pasión a la articulación del inconsciente con lo real del goce, son las pasiones del a: la tristeza, el gay saber, la felicidad, la beatitud, el tedio y el mal humor, que son los modos como se vive la pulsión después de la travesía del fantasma.
Por tanto precisamos y nos servimos de todas las pasiones, antes y después de haber atravesado el fantasma.
Bibliografía: