XVII Conversación Clínica del ICF-E. "Presencia del analista en la cura"

Flashes

Flash de Trinidad Cámara Palop

¿A qué silencio debe obligarse ahora el analista para sacar por encima de ese pantano el dedo levantado del S. Juan de Leonardo, para que la interpretación recobre el horizonte deshabitado del ser donde debe desplegarse su virtud alusiva?

Lacan, J: Los Escritos "La dirección de la cura y los principios d su poder", pag. 621.

Respuesta de Rosa López

AME de la AMP y co-coordinadora del Nucep

Es importante situar esta frase en el contexto histórico en el que fue dicha, tal y como nos precisa el adverbio temporal "ahora",  que remite a la actualidad del psicoanálisis en 1958. En La Dirección de la cura Lacan está decidido a poner al analista en el banquillo de los acusados, denunciando la impostura de aquellos que, diciéndose psicoanalistas, se dedican a la "reeducación emocional del paciente". Es fundamental que el analista sepa cómo operar con el ser, en lugar de ejercer el poder que le confiere el dispositivo y que solo revela la impotencia para sostener auténticamente su praxis. Destaquemos que es en este texto donde aparece por primera vez la noción del "deseo del analista" elevada a la cúspide de una ética que integra las conquistas freudianas sobre el deseo. Notemos que en esa época Lacan no pretendía producir una innovación en la práctica clínica, sino volver a poner el reloj a la hora de Freud, a condición de saber desmontar su relojería. Este trabajo de relojero es el que toma a su cargo, recordando lo que había sido olvidado, a saber, que el inconsciente freudiano tiene la estructura radical del lenguaje y que funciona según una leyes. ¿Cómo vamos a saber de qué modo actúa la interpretación si no partimos de la función del significante a la que el sujeto está subordinado?

Para Lacan la interpretación quedó sepultada o diluida entre la maraña de términos que cada doctrina analítica iba poniendo de moda. Por ejemplo: explicaciones, gratificaciones, respuestas a la demanda, insight, confrontación destinada a mostrar al paciente sus resistencias y tutti cuanti. A falta de una buena concepción de la estructura del inconsciente, los analistas postfreudianos o no hallaban la interpretación por ningún lado, o bien, como Glover, la encontraban por todas partes. Por este motivo evitaban interpretar el deseo inconsciente, para dirigirse unos a las defensas del yo (annafreudianos), otros a la pulsión a través de sus supuestos representantes psíquicos (kleinianos), y algunos, más allá de los dichos del paciente, a la realidad a la que supuestamente representan (Ernest Kris).  Claro que esto incide no sólo en el lugar acordado a la interpretación respecto del discurso del analizante, sino también al lugar que ocupa el analista en la dirección de la cura, en este caso el del Otro del saber, del ideal con el que identificarse, del garante de la verdad y hasta del paradigma de hombre feliz.

Lacan no solo está dispuesto de actuar como relojero; también emulará uno de los trabajos más humillante de Hércules: limpiar los establos de Augias. Se enfrenta a la tarea imposible de limpiar la literatura psicoanalítica de la escoria acumulada a lo largo de los años, y que ha sedimentado en esa especie de pantano del que apenas puede surgir el dedo del San Juan Bautista de Leonardo para devolverle a la interpretación su dignidad: recobrar el horizonte deshabitado del ser donde debe desplegarse su virtud alusiva.

La comparación con el quinto de los trabajos de Hércules ya había sido utilizada por Freud en la Interpretación de los sueños aunque este se refería a la tarea del analista en el recorrido del análisis de un sujeto, mientras que Lacan se refiere a la limpieza del establo en que se había convertido el psicoanalisis de su época y de la necesidad de rescatar la interpretación del pantano sedimentado por los innumerables dichos de los psicoanalistas.
Ante esa barahúnda de teorías, es como si Lacan gritase "¡Cállense de una vez!", para que pueda emerger un índice que nos oriente. Entonces  propone la virtud de la alusión como aquella que conviene a la interpretación del analista, en un estilo que, de algún modo, guarda parentesco con el que Freud supo destacar en la formación del chiste.

Al desplegar su discurso, el analizante nos dirige una demanda, y lo que está en discusión es cómo responderla. Para Lacan lo decisivo es producir un tipo de respuesta que pueda desprenderse de esa túnica de Neso que envuelve y envenena a los psicoanalistas haciéndoles caer en la ardiente tentación de internarse en las ficciones del analizante, donde prolifera un deseo embrutecido .

Tentación de la que vanamente podemos huir, porque el empuje a comprender o a ejercer el poder de hacer el bien, solo es reducible en un "buen" análisis .

¿Qué señala el dedo de San Juan Bautista?  Parece un gesto silencioso que, no obstante, tiene el valor de una respuesta. El silencio que propone Lacan no es el de la boca cerrada, pues en el mismo texto exhorta a los analistas a pagar con palabras y con su propia persona. Sin embargo, hay que reducir el ruido de fondo de las respuestas identificatorias que forman el mencionado pantano para que la interpretación rompa con la intencionalidad del discurso del sujeto y apunte al vaciamiento. El analista, como el San Juan de Leonardo, en lugar de ser un polo de identificaciones ideales deberá encarnar un lugar vacío, apuntando al deseo inconsciente como metonimia de la falta en ser. Solo así puede señalar la falta S(A/) sin nombrarla. Siguiendo esta lógica, el final del análisis se produciría cuando el sujeto consigue asumir plenamente la nada que le habita así como la falta de garantía del Otro. Años más tarde, Lacan dirá que este tipo de salida del análisis produce un desengañado que encuentra su satisfacción en comprobar la inconsistencia del Otro.

La presencia del analista, que es la clave fundamental de la transferencia, no solo apunta alusivamente al vacío, sino que encarna el objeto y convoca a que el goce pase por el análisis.

Finalizo con una advertencia sobre el uso del silencio que extraigo de Jacques Alain Miller: "Pero no solo está la tentación de responder a la demanda con una interpretación que refuerce la identificación del analizante al yo ideal del analista, también podríamos caer en la tentación del silencio a ultranza, que llevó a que Lacan, al final de su enseñanza, advirtiera que el analista tiene el deber de interpretar" (1)

Referencias:

  1. J.A. Miller. La fuga de sentido, pag 227

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