XVII Conversación Clínica del ICF-E. "Presencia del analista en la cura"

Una pregunta a...

Maite Esteban Leiva

Psicoanalista en Málaga, miembro de la ELP y de la AMP.

Pregunta de Trinidad Cámara Palop

En el Seminario 20, Aún, Lacan sitúa la posición del analista en relación al semblante, “Ni siquiera somos semblante. Somos en ocasiones lo que puede ocupar su lugar y hacer reinar ahí, ¿qué? –el objeto a”. Ya en el Seminario 19, …O Peor; había dicho que “el discurso analítico se caracteriza por situar el objeto a en el lugar del semblante” y añade: “Tener que representar en su cuerpo, en su existencia de analista” (ese objeto a), “es algo que debe examinarse con la mayor atención”

¿Cómo articular ese lugar de semblante con el cuerpo del analista en tanto que cuerpo real?

El semblante depende del sentido y lo real lo excluye. Esta antinomia sentido-real toca  la articulación planteada en la pregunta y apunta al corazón del trabajo de Lacan quien anhela un discurso que no fuera solo de semblante.

Efectivamente Lacan en el seminario 19 señala que la práctica psicoanalítica se caracteriza por situar el objeto a en el lugar del semblante, destaca la dificultad que esto implica y ofrece la lógica como vía para hacer soportable la posición del analista en calidad de objeto a. Con el objeto pequeño a, Lacan introduce la cuestión del goce, aquello que escapa al significante y a la imagen. Esta introducción supone un nuevo alcance y un giro trascendental en su elaboración. En este desarrollo Lacan formula  una cuestión crucial ¿de qué se trata en análisis? y responde: “si existe algo denominado discurso analítico, este se debe a que el analista en cuerpo, con toda la ambigüedad motivada por este término  instala el objeto a en el sitio del semblante”.

Un análisis es una experiencia de palabra  pero no sin la presencia de dos cuerpos, en ella se constata que no todo es absorbible por el significante restando siempre un goce imposible de negativizar, la cuestión es pues qué hacer con esta positividad. En el capítulo XVI de Sutilezas analíticas, Miller dice que si  no hubiera un cuerpo que supuestamente goza no habría psicoanálisis, rotunda afirmación que desarrolla a continuación de la primera, suposición del sujeto supuesto saber, que demuestra que en análisis no basta con esta suposición si bien no conviene olvidar que esta  es condición necesaria para instalar la transferencia y hacer el trabajo de desciframiento que corresponde al inconsciente transferencial, auténtica luna de miel con efectos de verdad que opera transformaciones importantes  pero que no evita y promueve al mismo tiempo, la desembocadura en ese destino que designamos inconsciente real y que resta por resolver para ir más allá antes del momento conclusivo. La intervención del analista frente a lo real al que este pasaje nos conduce conviene considerarla del lado del acto.

Conforme avanza, Lacan mantiene la función de la palabra en tanto remite a la estructura del lenguaje pero no sin la sustancia gozante que también es supuesta a partir del seminario 20, Aún. Si no nos las  tuviéramos que ver con la sustancia gozante estaríamos asentados en otro mundo donde el carácter igualitario de los  significantes nos llevaría a otro registro, en palabras de Miller: “todos seríamos lógicos y una palabra valdría igual que otra, no habría existencia de la palabra que lastima, ilumina… solo habría palabras que demuestran”. Podemos añadir que si algo demuestra la experiencia analítica es precisamente que hay palabras y palabras, destruyendo cualquier atisbo sobre esa supuesta  equivalencia. Lejos de esto las palabras no solo demuestran sino que  revelan también la sustancia de goce, la dificultad entonces reside en cómo leer una sustancia que no habla y que sin embargo está dentro del trabajo lector que impone un análisis.

El salto del sujeto al parlêtre que seguimos en Lacan, o lo que es lo mismo, el paso de su primera enseñanza a la última, es la consecuencia de incluir el cuerpo  del que parte Lacan en el estadio del espejo pero inmerso ya  en las elaboraciones de un cuerpo que goza. Este cuerpo que goza determina su condición de cuerpo vivo: “no sabemos qué es estar vivo a no ser por esto, que un cuerpo es algo que se goza” en el párrafo anterior de Aún donde se sitúa esta cita, Lacan nos invita  a sopesar la frase: “el gozar de un cuerpo, de un cuerpo que simboliza al Otro, y que acaso consta de algo que permite establecer otra forma de sustancia, la sustancia gozante”.

Vayamos un paso atrás en su enseñanza para adentrarnos en el asunto, concretamente cuando Lacan trabaja la entrada del significante en lo real. Lo hace en el seminario X donde involucra un tipo de objeto no simbolizable, es el objeto a, objeto causa del deseo que sufrirá algunas transformaciones hasta pasar finalmente de su estatuto real al de semblante. En este seminario encontramos lo que hace nacer un sujeto, para ello es necesario la irrupción del significante, de la palabra, dentro de un funcionamiento de goce existente  en el niño, un cuerpo afectado a partir de entonces por el Otro y lo real. El psicoanálisis se hace cargo de esta irrupción y de las consecuencias que acarrea en la vida de los seres hablantes dicho impacto para dar cuenta de la subjetividad que nos ocupa. Si el cuerpo en el inicio de su enseñanza despliega la cuestión especular en juego, es a partir de Aún y la sustancia gozante que  entra de lleno en la problemática  cuerpo-goce. Cuando Lacan entra de lleno en esta cuestión pretende la obtención de un saber capaz de ir más allá de los semblantes, es decir, del sentido o lo que es lo mismo,  trata de tocar un efecto de sentido en lo real.

El significante con todo su peso ocupa un lugar central en la primera parte de su elaboración, de modo que en este tiempo tenemos el organismo de la biología por un lado y el cuerpo mortificado por el significante por otro, este desierto de goce por efecto del significante no es sin un resto, es ahí donde el objeto a advierte que no todo es desierto de goce, es lo que hace al objeto a un complemento a esta pérdida,  es el plus de gozar. Tenemos pues el cuerpo mortificado por el significante pero  no solo, también está el cuerpo donde resuena el significante, es  el cuerpo  de las huellas, de las trazas, aquellas que dejaron las marcas traumáticas de la intrusión de la lengua en lalengua, estamos pues con el parlêtre cuyo trabajo analítico en la ultima enseñanza de Lacan nos llevará del síntoma al sinthome.

En este viaje la presencia del cuerpo del analista, en tanto que cuerpo real, es crucial para captar de qué se trata en análisis. En la declaración de principios rectores del acto analítico, en el  tercero concretamente, Laurent, destaca que para el analizante está en juego no solo el desciframiento del sentido, sino el objetivo del que habla, es decir, aunque no lo pueda apresar, para el analizante se trata de recuperar el objeto perdido, y añade Laurent que esta recuperación es la llave del mito freudiano de la pulsión y que es ella la que anuda la transferencia de los dos participantes. Laurent precisa que el analizante además de buscar sentido busca el complemento que arma su fantasma.  Se tiene la llave para abrir la puerta  a lo real en la experiencia, afortunadamente el analista advertido se abstiene de actuar en nombre del fantasma y permite desplegar el tiempo lógico, pero, si aquí convine la abstención precisamente porque hay analista, no hay que entender de ello que el analista sea una “efigie” ya que como recuerda Patrick Monribot en Recorridos: “Lacan propone al analista in vivo, por su presencia, “el – color- de- vacío”. el analista personifica con su carne la parte que falta del parlêtre que analiza”.

Esa parte faltante del parlêtre deberá caer, es el más difícil pago del recorrido, pero ineludible en tanto es solo  a partir de entonces, fuera ya del refugio de la repetición, que un estilo puede sostener un deseo lacaniano.

Para concluir destacar que perseverar en esa presencia, apunta al acto que sostiene el deseo del analista, es la homofonía que señala Lacan en coprs, “en cuerpo” y encore “aún” “otra vez” porque se trata de afectar el estatuto de objeto, un alcance ambicioso mediante una presencia silenciosa que como enseña Lacan en Aún: por poner el objeto a en el lugar del semblante, está en la posición más conveniente para hacer lo que es justo hacer, a saber, interrogar como saber lo tocante a la verdad. Es la desembocadura en lo real, pero se puede construir una ficción de esa verdad siempre mentirosa y extraer un trozo de real a modo de palanca para salir del refugio y mejor, no sin una satisfacción.