XVII Conversación Clínica del ICF-E. "Presencia del analista en la cura"

Una pregunta a...

Paloma Blanco Díaz

Psicoanalista, psicóloga especialista en psicología clínica, DEA de la Sección Clinica de Barcelona, miembro de la ELP, miembro de la AMP, miembro del Comité de Acción de la Escuela Una.

Pregunta de Adrián Buzzaqui

Las tres pasiones fundamentales del ser (amor, odio e ignorancia) en relación con la presencia del analista: En el Seminario 17 Lacan plantea que el analista no debe participar en ellas (solamente así se puede sostener la neutralidad del analista). Sin embargo, la presencia del analista supone justamente la presencia en tanto real del cuerpo. Entonces, ¿cómo se sostiene la presencia del analista ahí –las pasiones, que son del ser, se sostienen justamente en ese real?

En efecto, en la clase del 15 de abril de 1970 del Seminario 171, titulada " La feroz ignorancia de Yahvé", Lacan afirma que lo que distingue a la posición del analista  es que no participa de las tres llamadas pasiones del ser: el amor, el odio y la ignorancia. Por su parte Freud, en el texto: "Pulsiones y destinos de la pulsión"2, considera que el amor, el odio y la indiferencia son tres afectos que intervienen en la constitución del yo.

Conviene también recordar que Lacan menciona las tres pasiones del ser desde el comienzo de su enseñanza; así, en el Seminario 13 las vincula con los tres registros situando el amor en la intersección entre lo imaginario y lo simbólico, el odio en la intersección entre intersección entre lo real y lo imaginario y la ignorancia en la intersección entre lo real y lo simbólico.

En la experiencia analítica las pasiones del ser forman parte de la transferencia, entendida ésta como tratamiento destinado a obturar la falta en ser por parte del analizante. En el dispositivo, el analizante ubica al analista en el lugar del  Otro y le supone el saber sobre su ser. El amor y el odio que este saber le suscita es la manifestación de su horror al saber, esa pasión de la ignorancia.

Lacan sostiene en la clase mencionada que a Yahvé no le faltan ninguna de estas tres pasiones y subraya la diferencia de perspectiva en relación al budismo que recomienda purificarse de las tres pasiones fundamentales. En la dimensión  edípica el síntoma que anuda cuerpo, palabra y vida, se sostiene en el amor al padre, en servir al padre para mantenerlo por siempre imprescindible, padre eterno. Consideramos que Lacan se sirve de la referencia a Yahvé, Dios padre, para situar al analista en una posición diametralmente opuesta. Si el neurótico  consagra su vida a servir al padre, el deseo del analista apunta a un más allá del Nombre del Padre y su ley, destinada a velar el indecible del ser de goce del sujeto con la sobredeterminación del objeto en el fantasma que funciona como un falso ser. La elucidación de la diferencia absoluta que acontece en la experiencia analítica desvela el falso ser fantasmático como el envoltorio vacío del objeto que no hay. Esa ley destinada a velar la ausencia de objeto forma parte de la feroz ignorancia que describe Lacan y es por ello que sostiene que "el analista no tiene esta pasión feroz que tanto nos sorprende cuando se trata de Yahvé".

La pasión de la ignorancia sería aquella que cree en un saber posible sobre el goce y la concordancia de objeto. De ello se desprende que el único saber oportuno en cuanto al analista se refiere sea una suerte de "docta ignorancia", que cuida de mantener viva la hiancia que impide la producción de un saber completo, universal y cerrado sobre el goce y su co-pertenencia con un objeto.

Tal como Lacan nos muestra y demuestra en este mismo seminario, el discurso del analista es el reverso del discurso del amo, al menos del amo antiguo, ligado al Nombre del Padre. Es por ello que el acto analítico no es el ejercicio de ningún poder. El analista no se arroga el saber sobre el bien del sujeto que suponen los ideales que el discurso del amo instaura, su orientación es la de elegir para su acto el ignorar lo que sabe y, al igual que en la propuesta budista, se mantiene indiferente al saber universalizante. Localizamos en esta actitud la auténtica neutralidad analítica.

La inversión que efectúa el discurso del analista permite que lo real del discurso del amo ocupe el lugar del semblante en el discurso del analista y se revele lo que funcionaba como veladura y semblante de objeto en el discurso del amo, mostrando así la nada del objeto. El deseo del analista produce la diferencia absoluta entre el significante primordial al que el sujeto se somete para proteger el objeto. El encuentro entre ese significante fundador del inconsciente con la nada de objeto conduce al más allá de la castración y el Nombre-del-Padre; es decir, conduce a un más allá del inconsciente mismo y su ley. Abre a un amor que ya no está limitado por el objeto determinado por la significación del Nombre-del Padre.

En el texto fundacional de su Escuela, la Proposición del 9 de Octubre de 19674, Lacan otorga un lugar central al "no saber" anudando así la experiencia del inconsciente bajo transferencia y la Escuela. Ambas tienen como eje el vacío de saber en cuanto a la escritura de la fórmula de la relación entre los goces. Este es el precioso "no saber" que funciona como "saber en reserva", inagotable, y que Lacan calificará de "único saber oportuno". S(A/) es el matema que nombra esta ausencia y la circunscripción de una escritura imposible porque el significante del goce femenino que nombraría a la mujer como tal falta en el Inconsciente. El goce femenino es un goce extraño a la función fálica y al Inconsciente, pero no sin ambos. El cuerpo femenino trae al mundo la diferencia, diferencia que hace imposible la proporción sexual. Hablar surge de esta imposibilidad que olvidamos cuando hablamos, y el no saber de la experiencia transferencial y la Escuela es un retorno y lectura advertidos sobre ese olvido.  Lectura de lo que cada sujeto puso en el lugar del vacío, de los significantes que faltan.

El  deseo del analista permite a un sujeto, a condición de renunciar a la posición de tal en el acto que como analista le es propio, prestarse a hacer de causa para otros, semblante de semblante, parecer ser sin el lastre de un falso ser. Parecer ser en afinidad con el no-todo de la posición femenina. Invento singular, semblante singular, deslindado de la significación, del semblante fálico, para todos, universal. Semblante, porque no representa más que el envoltorio que circunda un vacío de ser. Ese vacío brindará la posibilidad de que otros alojen en él, hasta reconocerlo como lo más propio, el trazo, el litoral que dibuja su ser de goce.

La experiencia analítica es una experiencia de un tratamiento de lo real singular del propio goce para hacerlo más vivible, más compatible con la vida y requiere de la comparecencia del cuerpo vivo del analista y del analizante. Es una experiencia que precisa de la transferencia por parte del analizante y del deseo del analista y que acontece en la comparecencia de los cuerpos vivos de ambos. La presencia del analista es la presencia viva del deseo que le es propio, un deseo de nada en particular y abierto a la contingencia del encuentro,  y al que presta su cuerpo  para encarnar el deseo de diferencia absoluta. Es la presencia del analista la que opera para que el psicoanálisis haga de lo real imposible el motor de su acción transformando un real de goce singular. Gracias a ella el psicoanálisis puede deslindarse de ser un mero efecto de sugestión transferencial y, por tanto, una estafa.

  1. Lacan, J. El seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis (1969-70), Paidós, Buenos Aires, 1992, pp. 144-145.
  2. Freud, S. "Pulsiones y destinos de pulsión" (1915), Obras Completas t. XIV, Amorrortu, Buenos Aires, 1976, pp. 129-131.
  3. Lacan, J. El seminario, Libro 1, Los Escritos técnicos de Freud (1953-54), Paidós, Buenos Aires, 1981, p. 394.
  4. Lacan J. Acto de fundación, en Otros Escritos. Paidós, Buenos Aires, 2012.