XVII Conversación Clínica del ICF-E. "Presencia del analista en la cura"

Una pregunta a...

Howard Rouse

Psicoanalista, socio de la sede de Cataluña de la ELP, psicólogo en el SAIC de Igualada, doctor en filosofía, autor de varios artículos, entre los que destaca 'Cinco tesis sobre la "Singularidad" de Albert Serra', en La Maleta de Portbou, nº 21, 2017.

Pregunta de Adrián Buzzaqui

J. Lacan en el Seminario XI, nos enseña que "la transferencia es la puesta en acto de la realidad del inconsciente"; y en este sentido podría decirse que, la noción de la "presencia del analista" aparece incluida; íntimamente ligada a la noción de transferencia.

En diversos momentos Freud planteó la cuestión del trabajo analítico, de las sesiones, no en absentia, sino en efigie ("Sobre la dinámica de la Transferencia" (1912), para buscar la eficacia de la interpretación. Este "en presencia" freudiano guarda alguna homología con la "presencia del analista" lacaniana? ¿Cuál sería, entonces su lugar?

En primer lugar, Adrián, muchas gracias por tu pregunta, que es muy precisa y al mismo tiempo abre un campo enorme. Claramente, no pudiste saberlo cuando la formulaste, pero una respuesta excelente se halla en el texto de presentación de esta conversación clínica escrito por Carmen Cuñat y Rosalba Zaidel. En lugar de repetir muchas de las cosas dichas ahí, entonces, y para intentar limitar este campo tan potencialmente expansivo, tomaré un ángulo distinto, empezando por algunos detalles de los textos que citas.

En el Seminario XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Lacan menciona explícitamente lo que dice Freud – un hecho que en sí mismo es constitutivo de la transferencia – de que nada puede ser conseguido in absentia o in effigie. Esto significa, dice Lacan, que la transferencia no puede ser entendida ectópicamente, como la sombra de los engaños del amor antaño vivos. Lo que está en juego en la transferencia, como enfatizó siempre Freud, no es nada menos que 'eineechteLiebe' (un amor auténtico). Pero todo el problema reside en que este amor permanece engañoso. Porque el analizante, cuando entra en análisis, queda sujeto al deseo del analista, quiere engañarle por esta sujeción conduciéndole por el camino de las duplicidades del amor. La transferencia es simplemente la repetición y aislamientode este engaño y estas duplicidades, e inevitablemente produce un cerramiento del inconsciente, contra el cual tiene que trabajar la interpretación del analista apuntando a una apertura. Más allá del amor de transferencia, el analista tiene que asegurarse de que su propio deseo se encuentra con el deseo obviamente inconsciente del analizante. Como Lacan resume aquí con mucha agudeza, refiriéndose a su lectura anterior (en el Seminario VIII: La transferencia) de la respuesta de Sócrates a Alcibíades en El Banquete de Platón, el analista tiene que decir al analizante algo así como: '¡No mires a tu alma; mira tus callos!'

Es en términos de esta divertida oposición entre el alma y los callos que podríamos distinguir entre la 'presencia del analista' freudiana y lacaniana. Claramente, mi intención aquí es separar – en el breve espacio de esta respuesta – las aguas, y esto no debería apartarnos de los muchos momentos en la obra de Freud que no se corresponden con este intento. Esos muchos momentos, diríamos, en que Freud nos sorprende con su lacanismoavant la lettre.

No hay muchos de estos momentos en 'Sobre la dinámica de la transferencia'. Al revés, diría. Puesto que si Freud muy pronto separó la interpretación de la transferencia de su manejo (muy pronto dejó de decir a los pacientes algo como: 'Está confundiéndome con su padre'), sigue siendo válido cuando leemos sus textos – con la ayuda indispensable de Lacan, por supuesto – preguntarnos desde qué posición se tiene que manejar la transferencia; interrogar, esto es, sobre el 'deseo' o la 'presencia' del analista que está en juego.

Encontramos en este texto varias pistas. Por ejemplo, en el contexto de su definición esencial de la transferencia como resistencia, con la cual tan solo es posible estar de acuerdo, Freud nos habla en primer lugar de transferencia 'positiva' o 'negativa' – Lacan siempre hizo caso omiso de la relevancia conceptual de esta distinción y de toda la teoría de la contratransferencia erigida sobre ella. Un poco más tarde, y de forma más importante, Freud menciona otra división dentro de la transferencia 'positiva' entre lo 'consciente' y lo 'inconsciente' – Lacan también siempre puso el acento en las motivaciones y consecuencias clínicas de las dos topografías mentales de Freud (aquí, por supuesto, estamos tratando de la primera). En la transferencia, dice Freud, lo que es 'inconsciente' siempre se puede rastrear a las 'fuentes eróticas', los 'objetos sexuales'. Cuando estos 'impulsos eróticos reprimidos' entran en la transferencia, bien positiva o negativamente, funcionan produciendo resistencia. El analista los 'elimina', sin embargo, haciéndolos 'conscientes', y los otros sentimientos de transferencia, originalmente 'conscientes' y 'no objetables', persisten y se convierten en el 'vehículo del éxito en el psicoanálisis'.

En este tipo de 'solución doble mediante la consciencia', se abre un agujero teórico, diría, dentro del cual se pueden producir todo tipo de tropiezos clínicos. Esto es lo que ocurre en el texto de Freud. Es 'perfectamente normal e inteligible', dice, que la catexis libidinal dirigida al analista por el analizante eche mano de los 'prototipos' de la 'imago de la madre', la 'imago del hermano', y especialmente la 'imago del padre' (el término es de Jung y Freud lo cita aquí con aprobación). En otro texto un poco más tardío, 'Observaciones sobre el amor de transferencia' (1915) esta priorización implícita del padre se topa contra su inversión lógica. Freud habla de una 'clase de mujeres', de analizantes femeninas, de un 'apasionamiento elemental que no tolera sustitutos', 'niñas de la naturaleza que rechazan aceptar lo psíquico en lugar de lo físico'. En breve, incluso si Freud tiene la certidumbre en este texto de la necesidad de que el analista respete el amor de transferencia y, simultáneamente, de que se abstenga con decisión de darle respuesta (Lacansiempre está de acuerdo con esto), con estas mujeres que demandan – por lo menos según la lógica de su propio fantasma – un amor directamente sexual él simplemente no sabe qué hacer. El hecho de que Freud conservase inconscientemente, en la transferencia, un amor a la imagen del padre, ¿no funcionó para tapar hasta cierto punto lo que Lacan llama una 'puesta en acto de la realidad del inconsciente' – una realidad que define de forma crucial en el Seminario XI como 'sexual' – y, más allá de esto, una interrogación del goce femenino? Dejaré la respuesta a Lacan mismo (en el Seminario VIII, p. 332): 'no podemos operar en nuestra posición de analista como operaba Freud, quien adoptaba en el análisis la posición del padre. Esto es lo que nos deja estupefactos de su forma de intervenir'.

Si nuestra 'presencia' como analistas no puede ser freudiana en este sentido preciso, entonces, ¿en qué sentido puede ser lacaniana? En el Seminario XI, Lacan avanza una respuesta definitiva. Si 'eineechteLiebe' está ciertamente en juego en la transferencia, esto no es lo que de manera radical, en última instancia, causa el cerramiento del inconsciente. Lo que lo causa es el objeto a, y el amor esencialmente engaña en lo que concierne a la naturaleza de este objeto-causa. Lacan está de nuevo presuponiendo su lectura previa deElBanquete de Platón en el Seminario VIII. Lo que esta lectura muestra es que el amante (el erastés, Alcibíades, el analizante) quiere encontrar en el amado (el erómenos, Socrates, el analista) su agalma, su preciosidad como objeto amado. Sócrates rechaza fundamentalmente encarnar este agalma, pero rechaza, como dice Lacan, porque sabe. El analista – al tiempo que mantiene todos los semblantes requeridos, o de lo contrario sus análisis no durarían mucho tiempo – pone en práctica un rechazo similar, pero un rechazo que está sostenido, en contraposición directa, por un no-saber, una 'insciencia', dice Lacan o, de nuevo, un deseo. Si el analizante más o menos de manera automática instala al analista en el lugar del sujeto supuesto saber, esto de ningún modo significa que el analista puede sentarse felizmente en el asiento de esta equivocación, como dice Lacan en otro lugar. En otras palabras, si la demanda del analizante funciona para poner al analista en la posición simbólica de un ideal del yo, desde la perspectiva desde la cual el analizante puede bañarse en la satisfacción imaginaria de su yo ideal, si esta demanda siempre gravita hacia la alienación del sujeto en una diada aparentemente primordial de significantes (S1-S2), el deseo del analista debe operar contra esto en la transferencia del lado de la separación, en las brechas, las lagunas, los agujeros entre esta diada (S1…S2) donde el deseo del Otro se hace presente; y, más allá de esto, debe encarnar la pérdida real, el residuo, el caputmortuum que es tomado dentro de la pulsación que se abre y se cierra del inconsciente. Es esta operación, esta encarnación, a la que se refiere Lacan cuando habla de la 'puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente', y esta es una realidad sexual que no puede ser concebida de ningún modo como una sustancia, sino solo por medio de la fragmentación de los cuatro objetos de la pulsión. Porque el inconsciente es tal vez la consecuencia de la conjunción imposible entre el pensamiento y la realidad sexual, porque la relación sexual no existe, Lacan dirá más tarde, el sujeto solo puede acceder a esta realidad por medio de la boca, el ano, la mirada y la voz. En el curso de un análisis, y por medio de la 'presencia del analista' como ha sido aquí descrita, el analizante debería llegar a darse cuenta de que lo que ha estado en juego no es el amor en el que ha tratado de capturar inconscientemente al analista como un ser único, sino en su lugar un movimiento circular de la pulsión – el hacerse chupar, el hacerse cagar, el hacerse ver, el hacerse oír – alrededor de un objeto cuyo estatuto es estrictamente indiferente.

Podríamos decir mucho más acerca de cómo la concepción de Lacan de la 'presencia del analista' cambia después del Seminario XI, pero creo que esto es suficiente de momento para responder a tu pregunta.