Flashes

XV Conversación Clínica del ICF-E. "Homosexuales en análisis"

13/02/2015

Flash de Soledad Bertrán

Falta sacar la lección de la naturalidad con que semejantes mujeres proclaman su calidad de hombres, para oponerla al estilo de delirio del transexualista  masculino

Jacques Lacan, "Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina", Escritos 2, Barcelona, 2001, p. 714.

Respuesta de Vicente Palomera

Miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis  y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Analista de la Escuela (1999-2002). Psicólogo Clínico (Universidad de Barcelona). Doctorado por el Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de Paris 8. Presidente de la ELP (2002-2004). Presidente de la Federación de Escuelas Europeas de psicoanálisis (2007-2010). Es autor de numerosos artículos en revistas especializadas y de los siguientes libros: Posición del analista (2004), Amor, cuerpo, locura (2005), Las psicosis ordinarias, sus orígenes, su presente y su futuro (2011), De la personalidad al nudo del síntoma (2012), Pioneros de la psicosis (2014), Guise dell'oggetto in psicoanalisi (próxima aparición 2015). Desde 2006, dirige la colección de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis en la Editorial Gredos.

El transexualismo es una invención bastante caracterizada,  es una invención de identificación, por ejemplo, decir "soy una mujer" cuando físicamente "soy un hombre". El transexual experimenta la demanda exigente de obtener una apariencia de mujer, identificación que se traduce en un empuje hacia la feminización, hacia la necesidad imperiosa de vestirse de mujer.

Se suele insistir en el placer cutáneo de las ropas femeninas como uno de los ejes sobre los que gravita el transexual, sin embargo,a diferencia del travestismo, en el transexual no se trata de seducir al partenaire para que éste descubra con sorpresa lo que hay debajo del velo. En el transexual, la mirada del otro (y la propia) sobre el vestido femenino apunta a que el placer cutáneo pueda inscribirse como efecto de superficie de la máscara femenina.

“Se ama el vestido”, dice Lacan, y ciertamente la indumentaria femenina es central, por sus cualidades táctiles y también por las propiedades derivadas del corte propio de los vestidos de mujer. No se trata meramente, como ocurre en el travestismo perverso, de un placer de la envoltura centrado en lo que hay detrás del vestido. El transexual está plenamente centrado en que el vestido se pegue a la piel y desembarazarse de lo que se encuentra detrás del vestido.

Estar vestido de mujer produce en el sujeto un viraje: se trata de tomar apariencia femenina ante sus propios ojos, e igualmente para la mirada ajena. A diferencia del travestismo, en el transexual no se trata de seducir al partenaire para que éste descubra con sorpresa que debajo del vestido hay un pene con la erección deseada. El transexual no finge.

En este punto es  importante recordar que en el Seminario 4, Lacan despliega un esquema que permite descifrar la función del velo en el fetichismo y el travestismo:

  1. Sobre el fetichismo, Lacan señala que es sobre el velo donde el fetiche viene a figurar precisamente lo que falta más allá del objeto.
  2. En el polo opuesto al fetichismo, encontramos al travesti que “se identifica con lo que está detrás del velo y con ese objeto al que le falta algo”.

De este esquema se puede inferir que, más allá de las afinidades con el fetichista o el travesti, para el transexual lo esencial es rechazar lo que está detrás del velo. Es decir, el vestido no está allí para que un objeto se proyecte delante (fetichismo), ni detrás (travestismo). Por el contrario, el vestido opera como un velo opaco para neutralizar (mediante el maquillaje, la indumentaria) ese objeto obsceno que amenaza con hacerse presente y es causa de un horror innombrable.

En el transexual el falo no juega “un papel central bajo un velo transparente” como dice Lacan en “La dirección de la cura”. Al contrario,  se trata más bien de poner en juego un velo opaco,  hecho para eliminar la intolerable presencia del órgano que el transexual percibe como una chapuza, viéndose como aquellas sombras de hombres“hechos a la ligera” de las que hablaSchreber.

Por todo ello, muchas veces puede ser el pasaje al acto, conlos riesgos de las automutilaciones, los tratamientos hormonales y demandas de operación, el que impone el “deber-de ser-mujer”. En otras palabras, este delirio se sostiene en una esperanza puramente imaginaria ya que, al no tener acceso a la simbolización fálica, el transexual solo puede recurrir a lo imaginario para estigmatizar lo real, pero, precisamente, cuando lo imaginario no basta para metabolizar la castración simbólica es cuando puede verse empujado a pasar a la castración real.

 

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