3 Preguntas a...

XV Conversación Clínica del ICF-E. "Homosexuales en análisis"

Helena Sanz

Psicóloga Especialista en Psicología Clínica. Lugar de trabajo: Fundación Atención Temprana (Zaragoza). Asistente al Seminario del Campo Freudiano en la sede de Zaragoza.

Pregunta de Héctor García

En el campo freudiano se habla, no pocas veces, de elección de objeto. No es extraño que se asocie dicha elección de objeto al sexo que, para un sujeto, presenta aquella persona susceptible de despertar su deseo. Coloquialmente se entiende que habría así elección de objeto heterosexual u homosexual, en función del sexo del sujeto y del sexo del objeto que le atrae. Freud es un poco más preciso. En 1920 plantea, no sin ironía, las siguientes consideraciones, muy osadas ciertamente para aquella época: “(…) eliminar la inversión genital u homosexualidad, nunca resulta fácil. He hallado, más bien, que sólo se lo consigue bajo circunstancias particularmente favorables, y aun en esos casos el éxito consiste, en lo esencial, en que pudo abrírsele a la persona restringida a lo homosexual el camino hacia el otro sexo, que hasta entonces tenía bloqueado; vale decir, en que se le restableció su plena función bisexual. Depende después de su albedrío que quiera desertar de ese otro camino proscrito por la sociedad, y en casos singulares es lo que en efecto ha sucedido. Es preciso confesar que también la sexualidad normal descansa en una restricción de la elección de objeto, y en general la empresa de mudar a un homosexual declarado en un heterosexual no es mucho más promisoria que la inversa, sólo que a esta última jamás se la intenta, por buenas razones prácticas”1. Entonces, no se elige, sino que se restringe. ¿Qué quiere decir aquí “plena función bisexual”? ¿Es contingente o necesario que se produzca, en los avatares libidinales de la vida de los sujetos, cierta “restricción de la elección de objeto”?

1 Freud, Sigmund. (1992). Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina. En: Obras completas de Sigmund Freud, volumen 18 (1920-1922). Buenos Aires: Amorrortu. pp. 144, 145.

En Tres Ensayos de teoría sexual (Amorrortu, p. 132) se puede leer una nota agregada por Freud en el año 1915 en donde señala que el psicoanálisis “en la medida en que estudia otras excitaciones sexuales además de las que se dan a conocer de manera manifiesta, sabe que todos los hombres son capaces de elegir un objeto de su mismo sexo, y aun lo han consumado en su inconsciente […] Lo originario a partir de lo cual se desarrollan […] tanto el tipo normal como el invertido es la independencia de la elección de objeto respecto del sexo de este último, la posibilidad abierta de disponer de objetos tanto masculinos cuanto femeninos, tal como se la puede observar en la infancia, en estados primitivos y en épocas prehistóricas”. De esta forma Freud alude al carácter bisexual del psiquismo humano en el cual no existe una determinación innata entre instinto y objeto sexual, sino que la elección de objeto se determinará en función de los caminos que recorra la libido a lo largo de la historia del sujeto. En Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina (1920, Amorrortu, p. 151)menciona que “la libido de todos nosotros oscila normalmente a lo largo de la vida entre el objeto masculino y femenino”, y sugiere la convergencia de rasgos masculinos y femeninos en el objeto de amor elegido, lo que llevaría a cierta satisfacción de deseos tanto homosexuales como heterosexuales.

Freud en 1905 (Tres ensayos de Teoría Sexual, 1905; Amorrortu; p. 124-125) al hablar de la conductas de los invertidos plantea varias posibilidades: encontrar una elección de objeto sexual del mismo sexo exclusivamente, sin excitación ante el sexo opuesto; un objeto sexual que puede pertenecer tanto a su mismo sexo como al otro, sin carácter de exclusividad; o bien, situaciones en las que se hace una elección ocasional de objeto del mismo sexo por encontrarse inaccesible el del sexo contario, siendo éste su elección habitual. Añade que “este carácter puede conservarse durante toda la vida o desaparecer […], representar un episodio hacia el desarrollo normal, o exteriorizarse más tarde trascurrido un largo periodo de actividad sexual […] Particular interés presentan los casos en que la libido se altera en el sentido de la inversión después que se tuvo una experiencia penosa con el objeto sexual normal”. Siguiendo esta línea de pensamiento podría decirse que cierta restricción de la elección de objeto es sólo contingente y no necesaria en el desarrollo libidinal del sujeto.

Pregunta de Alejandra Atencio

Se encuentra en la clínica la asociación entre histeria y elección homosexual de objeto. El carácter de homosexualidad que encierra la histeria es compatible con su identificación viril; “hace de hombre” y busca en su partenaire femenino el objeto codiciado por el hombre. Recordemos el caso Dora, paradigmático de la fascinación de la histérica por la otra mujer, la Sra. K que encarna para ella la respuesta a su pregunta por la feminidad. La histérica enarbola con frecuencia la bandera de la reivindicación, de la existencia de La mujer, más allá de la reducción al objeto que le impone el fantasma sexual masculino.

Lacan en el seminario XI señala lo siguiente acerca de la joven homosexual (pág. 46):

“La homosexual encuentra otra solución, también para el deseo del padre: desafiar al deseo del padre. Esto justifica una vez más la fórmula que he dado, originada en la experiencia histérica para situarla en su justo nivel: el deseo del hombre es el deseo del Otro. Vuelvan a leer la observación y verán el carácter de evidente provocación que presenta toda la conducta de esta muchacha, que le sigue los pasos a una mundana de dudosa reputación (…) hasta el día en que tropieza con su padre—y lo que encuentra en la mirada del padre es el rechazo, el desprecio y la anulación de lo que sucede ante sus ojos—y de inmediato se arroja por encima de la baranda de un pequeño puente de ferrocarril. Literalmente la homosexual ya no puede concebir, a no ser aboliéndose, la función que tenía: la de mostrar al padre cómo es uno, uno mismo, un falo abstracto, heroico, único y consagrado al servicio de la dama.”

Tomando como eje de trabajo histeria y elección homosexual de objeto, ¿Se podría pensar en una  diferencia entre el desafío de la homosexual y el sostén del deseo del padre de la histérica? ¿Acaso son dos modalidades del discurso histérico?

Lacan en el Seminario IV aborda la cuestión del deseo perverso haciendo un recorrido por el caso de la joven homosexual y el de Dora (pp. 133-149). Establece una diferencia fundamental en relación a los distintos estatutos que presentan  el padre  y el falo en cada uno de los casos. En el primero, el padre aparece con toda su potencia fálica, no siendo así en Dora, cuyo padre se muestra impotente.

Ambas parten de una posición edípica clásica: el deseo de pene es sustituido en la niña por el hijo que va a recibir del padre. En el caso de la joven homosexual encuentra un sustituto real al niño inconscientemente deseado, ya que cuida del hijo de una pareja de amigos y a través de esta relación imaginaria se provee una satisfacción. El padre permanece inconsciente como progenitor y mantiene una función simbólica como aquél que puede dar el falo. La situación cambia cuando el padre interviene en lo real para dar un hijo a la madre, es decir, que hace de ese niño con el cual el sujeto se halla en relación imaginaria, un niño real. Hay algo que se realiza y no puede seguir sosteniendo  imaginariamente. La joven resulta fuertemente frustrada. Pasa a identificarse con el padre, convirtiéndose ella misma en el padre imaginario. Se queda con su pene y se aferra a un objeto que no tiene, un objeto al que deberá dar eso que no tiene. La relación del sujeto con su padre situada hasta entonces en el orden simbólico, pasa a la relación imaginaria. Lo que estaba articulado de forma latente en el Otro, empieza a articularse de forma imaginaria al modo de la perversión. La chica al amar a la dama demuestra a su padre cómo se puede amar a alguien no sólo por lo que tiene, sino por lo que no tiene.

En el caso de Dora, el padre no da simbólicamente el objeto faltante porque no lo tiene, hay una carencia fálica. Se puede decir que Dora ama a su padre por lo que él no le da. Posteriormente, aparece la señora K. quien se presenta como algo a lo que el padre puede amar más allá de ella misma. Dora se aferra a lo que su padre ama en otra, en la medida en que no sabe qué es. Se pregunta qué es ser mujer, y la señora K. encarna la función femenina siendo para Dora la representación de algo en lo que dicha función se proyecta como pregunta. ¿Qué hay del Sr. K.? Considerando que participa de esta adoración por su esposa, Dora lo incluye en el circuito como una forma de normativizar su posición y de reintegrar en el circuito el elemento masculino, identificándose imaginariamente con él. Todo se desmorona cuando el Sr. K. le dice que no hay nada detrás de su mujer y Dora no puede tolerar que se interese sólo en ella, ya que le hace sentir como objeto, a la vez que le lleva a plantearse que de la misma forma ella podría no ser amada por su padre. Comienza así a reivindicar el amor de su padre, que hasta ese momento consideraba que recibía, aunque por mediación de otra.

En el caso de la joven homosexual existe un viraje en relación al padre, pasando del campo simbólico al imaginario. Este movimiento conduce a la joven a una posición perversa, donde existe un privilegio de lo imaginario y aparecen desplazamientos metonímicos en la cadena significante. En el caso de Dora el padre se mantiene en el registro simbólico y en la dialéctica del don. Se observa en Dora un funcionamiento histérico, siendo sus síntomas y el Sr. K en sí mismo una expresión metafórica de la cadena simbólica inconsciente.

Pregunta de Eduard Fernández

En “Cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis“ Lacan parece seguir a Freud cuando afirma que “Todo el problema de las perversiones consiste en concebir cómo el niño, en su relación con la madre, relación constituida en el análisis no por su dependencia vital, sino por su dependencia de su amor, es decir por el deseo de su deseo, se identifica con el objeto imaginario de ese deseo en cuanto que la madre misma lo simboliza en el falo” (E. 536). Sin embargo, poco tiempo después, en su escrito “Juventud de Gide o la letra y el deseo”, hay dos pasajes donde parece contraponerse a esta consideración. En primer lugar, cuando critica “la complacencia de lo ya oído, propia para suscitar la aquiescencia docta de los informados, que se obtiene a buen precio recordando la preponderancia de la relación de la madre en la vida de los homosexuales”. En segundo lugar, cuando Lacan alaba la obra de Delay por preservar “a lo largo del libro de lo que la pedantería psicologizante ha impulsado al drama de la relación con la figura de la madre“ (E. 725-726). ¿Cómo articular lo dicho en ambas obras sin caer en una contradicción? ¿Qué movimiento se ha producido para que en un tiempo tan breve se produzca este desplazamiento?

Los dos escritos coinciden temporalmente con la elaboración del Seminario V, Las formaciones del inconsciente. Lo que Lacan desarrolla en “Cuestión preliminar a todo tratamiento de las psicosis” se refleja a lo largo de los seis capítulos que constituyen  “La lógica de la castración”; por otro lado, un mes después Lacan redacta “Juventud de Gide” cuyo eco se encuentra en el capítulo XIV de dicho seminario y que concluirá con su escrito de “La significación del falo” (E. 665-675).

El movimiento que se ha producido dentro de su enseñanza es la incorporación del falo en su vertiente de significante. El falo ya no sólo es un significado, como hasta ahora, sino un significante que designa a todos los significados, a todo lo deseado.

Lacan establece en “La significación del falo” que “la demanda de amor no puede sino padecer de un deseo cuyo significante le es extraño. Si el deseo de la madre es el falo, el niño quiere ser el falo para satisfacerlo. Así la división inmanente al deseo se hace sentir ya por ser experimentada en el deseo del otro […] Esa prueba del deseo del Otro, la clínica nos muestra que no es decisivo en cuanto que el sujeto se entera en ella de si él mismo tiene o no falo real, sino en cuanto que se entera de que la madre no lo tiene. Aquí se sella la conjunción del deseo en la medida en que el significante fálico es su marca, con la amenaza o nostalgia de la carencia de tener. Por supuesto, es de la ley introducida por el padre en esta secuencia de la que depende su porvenir”.

Para Lacan “el amor permite al goce condescender al deseo”, refiriéndose a la conjunción que la significación aportada por el significante fálico permite, siendo esta significación “la palabra que humaniza el deseo” en su unión con el amor. En la perversión algo de este significante fálico no ha operado, pues el falo al que implica en la metáfora paterna es un falo mortificado. Se requerirá así del fetiche, el cual  no  posibilita la confluencia de amor y deseo, apareciendo el deseo por fuera de toda ley.

Con los dos pasajes extraídos del escrito de “Juventud de Gide” Lacan deja claro que no se trata de una relación dual e imaginaria entre niño-madre, sino que siempre interviene un tercer elemento, el falo, y cómo éste hace entrar en la dialéctica al padre. Se puede decir que Lacan, no cae en la simplificación de abordar la perversión por la vía materna. No obvia la importancia del padre como elemento interdictor sobre la relación imaginaria que mantienen niño y madre: es el Padre quien hace la ley a la madre. En el caso de Gide el padre no está ausente, sino que es un padre que no hace la ley a la madre. Es ésta la madre del deber y del amor, en la que no existe una relación con la falta y el deseo, pues algo del padre no ha operado. De esta forma Gide se ve confrontado a realizar un desdoblamiento de la madre: la madre del amor y la madre del deseo, encarnada en su tía, resultando como efecto subjetivo de dicho movimiento un funcionamiento perverso.

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