XV Conversación Clínica del ICF-E. "Homosexuales en análisis"
Juan Miguel Pomar
Estudiante del Seminario del Campo Freudiano, sección Sevilla-Cádiz. Consulta en Jerez
Pregunta de Soledad Bertrán
En 1925, en Algunas consecuencias psíquicas sobre la diferencia anatómica de los sexos, Freud plantea un recorrido y una salida diferentes del complejo de Edipo para el niño y la niña. Respecto a la niña pequeña, habla de un "descubrimiento grávido en consecuencias (...) ella nota el pene de un hermano o compañerito de juegos, pene bien visible y de notable tamaño", y "se forma su juicio y su decisión. Ha visto eso, sabe que no lo tiene y quiere tenerlo" (p. 270-271, Amorrortu editores, 1996). En este sentido Freud habla de complejo de masculinidad de la mujer, que puede deparar grandes dificultades en el desarrollo hacia la feminidad.
La protagonista de la película Tomboy (CélineSciamma, 2011) es identificada por la periodista feminista CélineMouzon ("L'inventiondelstrans", Devenir garçon, devenir fille, Mensuel nº 261 -juillet 2014) como "trans", incluyéndola además en la colectividad de "todos los trans". ¿Podemos pensarla a partir del planteamiento freudiano para darle otra lectura?
El conjunto de posiciones teóricas englobadas en el “transfeminismo” viene a tratar la experiencia subjetiva de la condición “intergénero” o la no sujeción a la identidad masculina o femenina tradicional en función de la marca anatómica del nacimiento, aun cuando ésta sea enigmática, desde una concepción del deseo marcada por el origen del devenir niño o niña que beberían de ciertos rasgos postestructuralistas al estilo deleuziano o un tratamiento de la diferencia que intenta problematizar las categorías sociales partiendo de un fenómeno diverso y que en ocasiones, derivado de una casuística difícilmente abarcable, atañe al organismo que nace con una constitución resistente a la decantación por uno u otro ideal sexual. Fundamentalmente ligados a los mecanismos de poder, estos estudios se centrarán en los particularismos y la inclusión de lo que no debe ser apartado del ámbito de lo posible humano en los derechos básicos del ordenamiento cívico-legal que no obstante caerán fácilmente bajo la subsunción formal y material del capitalismo cultural, desvirtuando su potencial revolucionario.
Siguiendo este esquema inevitablemente reduccionista tendremos por tanto, del lado freudiano, la misión de asumir una labor de mayor alcance explicativo que ha pasado a constituir una asunción singular tras la dimisión de la psiquiatría moderna en favor de la estadística. Partiendo como referencia del texto en el que Freud explora la incidencia de la determinación anatómica, se entiende, conforme a la dualidad sexual en el desarrollo psíquico o la posición sexuada que tomará el sujeto analítico, podemos fácilmente concebir aunque sea un boceto que revista de una cierta lógica interna las andanzas de Laure-Michael y su decisión de aparecer ante sus nuevos vecinos como un varón a todos los efectos.
Indudablemente fue la condición masculina la privilegiada en lo que al desarrollo sexual se refiere por Freud, tal vez por la pertenencia del investigador o por ciertos rasgos constitutivos de un hombre pasmado ante lo insondable femenino. Quizás Freud articuló el par masculino-femenino centrándolo en exceso en lo que de decisivo suponen por su papel sustitutorio en el triángulo edípico, siendo así que coexistirían en el niño dada la tendencia complementaria de éste a situarse en el lugar de la madre. En cualquier caso, este proceso fundamental para la sexuación del sujeto evidencia su heterogeneidad de partida para la niña que ha de realizar una pirueta para desplazar al objeto primordial materno por el padre. No sabemos qué hay de la relación paterna que establece Laure más allá de las constantes mudanzas que el trabajo exige a un hombre que no obstante parece brindar atención y consuelo a su “monito” de diez años. Sea como fuere, Freud describe la consolidación de la fase fálica con el descubrimiento por parte del infante de la falta de pene en la mujer, pasando a constituir esta diferencia una instancia simbólica del poderío masculino que hace surgir en la niña una intensa envidia fálica. Entonces, este momento decisivo generará el subsecuente sentimiento de inferioridad femenina, que se acompaña del deseo de tener lo que no tiene, punto de arranque del complejo de masculinidad. Si este primer momento transcurre normalmente, se producirá la asunción de su femineidad no sin tomar una medida drástica: viéndose castrada señalará a su madre como culpable de su incompletud y dará un viraje libidinal hacia la figura paterna, con la renuncia al pene a cambio de la promesa de un niño que el padre podría proporcionarle, ingresando en el Edipo.
Pero nuestro interés se centra en la posibilidad de que este proceso tome un rumbo diferente que pueda arrojar luz sobre el surgimiento de Michael. La clave para Freud residiría en el mencionado complejo de masculinidad, que en caso de no ceder a la claudicación del sujeto destinado a asumir la femineidad (sin duda aquí reside el núcleo de la protesta transfeminista) e insistir en la esperanza de tomar el lugar del varón, podría desencadenar en la mujer adulta un proceso psicótico. Laure se nos aparece desde el principio como un niño, y hasta la escena que muestra la totalidad de su cuerpo, el espectador inadvertido podría mantener el convencimiento de estar ante un chico. Serán habituales las escenas que hagan hincapié en este cuerpo tan difícil de imaginarizar por sus facciones y dinamismo, que no obstante no impedirán a Michael integrarse progresivamente en el grupo del barrio, llegando incluso a enamorar y besar a una chica, por lo que junto al elemento identificatorio cabría hacer presente a la elección objetal en nuestra reflexión. Seguramente una toma privilegiada por su alto valor simbólico consista en el atesoramiento del pene fabricado con el propósito de mostrarse dotado bajo el bañador ante los demás chicos, depositándolo en el interior de un recipiente donde resuenan sus dientes de leche, tal vez con el deseo de poseer algún día un pene definitivo, o con la resignación de la que se sabe mutilada. Al respecto es significativo como los videotutoriales de chicas tomboy –traducción literal ‘marimacho’, sencillamente ‘travestidas’ según ellas mismas– en internet contienen alusiones a la obtención de un pene mediante la operación de transformación.
Como apunte final, cabe señalar la complicidad con la que su pequeña hermana Jeanne, de seis años, y que por tanto se hallaría inmersa en una resolución edípica que como advierte Freud, carece de un motivo tajante para su disolución, que el varón sí encuentra en la amenaza de castración, acoge la identidad ensayada por su hermana entre los nuevos amigos, participando de los juegos colectivos en total sintonía y volcando sus propias fantasías en la producción de historias autobiográficas, amén de regodearse con hilaridad del doble juego ante la mesa familiar. Finalmente será la madre la que descubra la farsa y asuma la tarea de exponer a Laure ante sus vecinos, que no obstante el rechazo inicial le ofrecerán por el lado de la femineidad la posibilidad de un nuevo comienzo.
Pregunta de Laura Canedo
Lacan en el Seminario 8 (1960), tras afirmar que la homosexualidad es una perversión, plantea un interesante círculo entre cuatro elementos, tomados dos a dos: perversión y neurosis; sociedad y cultura. Nos dice: “El círculo se cierra, al aportar la perversión elementos que inquietan a la sociedad y al favorecer la neurosis la creación de nuevos elementos de cultura.” ¿Cómo pensar en la actualidad estos elementos y el círculo que comportan?
Lacan, J., El Seminario, Libro 8, La transferencia, Paidós, 2003, p. 42.
La homosexualidad es una perversión, explica Freud, porque aun llegando a coexistir con una integración genital unitaria, esta consideración de la sexualidad “total” implica la superación del complejo de Edipo, la aceptación de la castración y la interiorización de la prohibición del incesto. Sólo de ahí extraería lo que de normatividad contiene su noción de sexualidad acabada, no perversa, aunque por supuesto el rastro de la perversión sea por principio ineliminable, quedando en el mejor de los casos las huellas de una satisfacción parcial. Porque la cuestión no radica en la extensión de una práctica tal en una sociedad determinada, incluso en aquélla como la griega, según recuerda Lacan en el pasaje aludido, donde pueda jugar un papel decisivo como producción cultural, máxime en un estamento nada marginal, “donde reina y donde se elabora la cultura”.
La tradicional fórmula del reverso que neurosis y perversión constituyen entre sí no es trasplantable a la relación que la sociedad instaura con la cultura si tomamos con Bunge a ésta como subsistema del sistema social. Insistiendo sobre el lugar privilegiado de El malestar en la cultura asumimos la fórmula freudiana de la transacción entre la satisfacción inmediata de las necesidades y el aumento de las probabilidades de supervivencia del individuo humano en el grupo: será cuestión de tiempo el “perfeccionamiento” de las formaciones religiosas con todo el arte evolucionista que se quiera, sus derivados morales, el lenguaje que recubre una experiencia ya abarcada en su totalidad por lo simbólico desde unos orígenes que Lacan rehúsa problematizar en La instancia de la letra, las instituciones políticas, económicas, etc. Qué grado de necesidad o imbricación afecten a estas sucesiones lo dejaremos al juicio de algún idealismo –absoluto o no– o al juego de las estructuras y su jerarquía de flujos.
Lacan ubica en el pasaje que tratamos la presión de la censura en el lado de la sociedad que, como hemos sugerido, cuenta con lo cultural como uno de sus engranajes. Si hoy estos mecanismos nos parecen más sutiles, o al menos lo suficientemente nutricios para abrir un espacio al sentimiento de libertad (cuya calidad para el caso no nos interesa), no hemos de pasar por alto cómo cualquier grado de poder de “desagregación” que la neurosis conforme, se verá directamente despreciado por la estructura reticular de nuestro lebenswelt moderno. Donde cohabita lo múltiple por lo múltiple, en formas de vivir, trabajar, amar, jugar, ya esté enganchado a la matriz del consumo o del conocimiento, porque hay un objeto para todos, o porque nos tenemos a plena disposición en la palma de la mano, tal vez vaya desintegrándose en el terreno de la praxis humana toda maldición lo suficientemente potente para estimular la creación de dispositivos culturales fuertes, si es que acaso llegue a superarse la formaciónmiriádica de los remedios parciales devenidos totalitarios.
Si se trata de prácticas perversas en el sentido freudiano no parecen quedar en pie prohibiciones explícitas, sino más bien una constante invitación a la “exploración”, llamados al recorrido de recónditas posibilidades que el cuerpo nos ofrece en su generosidad de modos de sensación y acoplamiento, así como en lo que se va haciendo posible tomar del otro, sobre todo por el canal privilegiado de la mirada. Resta preguntarse por el potencial “de elaboración, de construcción, de sublimación” que este fenómeno pueda suponer como aporte subjetivo al modo de estar en un mundo progresivamente carente de fundamentos más allá de la producción.
Pregunta de Mary Cruz Fernández
J.A. Miller en “La Naturaleza de los Semblantes” (pág. 262-274) trabaja la relación entre el falo y la perversión. Señala que la razón por la que Lacan escoge tratar la génesis del falo por la homosexualidad femenina es para poner en evidencia la relación entre el falo y la falta en ser.
Cito: “Lo más impresionante de la construcción de Lacan es que hace girar la clínica de la perversión sobre la noción de amor… De ahí que resulte emblemática la relación perversa de la joven homosexual… ella nos muestra lo que hay de perverso en el amor, esto es, apuntar más allá del objeto, apuntar a una nada. Por eso esta joven da nada… Da sus cuidados, prueba su amor, pero es dar nada, o sea, algo que solo está allí simbólicamente”.
En la película “La vida de Adèle” se relata la vida de una mujer muy joven y sus devaneos con el otro sexo cuando en un encuentro fulgurante, como en un espejo, se cruza con una mujer con la que inicia una apasionada relación amorosa a la que el director añade bastantes imágenes explícitas, quizás en un intento de mostrar lo que no está. La pregunta es: Tomando en cuenta el desarrollo de la película, ¿podríamos pensar que Adèle refuta o confirma la posición de la homosexual femenina que apunta a probar su amor más allá del objeto?
Cabe señalar para comenzar que en la película asistimos a un recorrido que no se adecúa exactamente al caso de la joven homosexual de dieciocho años que describe Freud cuyo deseo se ubica en su empeño por mostrar al padre cómo se da a una mujer. En primer lugar porque apenas conocemos la historia previa de Adèle, que al inicio está cercana a cumplir la mayoría de edad. Alumna de bachillerato más bien mediocre, muy aficionada a la literatura, iniciada en las relaciones heterosexuales. Lo que acude prontamente a su encuentro es un sentimiento de insatisfacción en lo que a las últimas se refiere, digamos que las dudas se apoderan también del espectador.
El motivo de la falta de acoplamiento con el caso que Lacan retoma para arrojar luz sobre el papel del falo en el mecanismo identificatorio más allá de Jones es la posición de Emma, la chica de pelo azul que deja fascinada a la protagonista en su primer encuentro. Como en el caso prínceps de Freud, es mayor aunque aún universitaria, artista bien situada para dar cuenta de su poder creativo, de apariencia mucho más masculina que Adèle, que por su parte no perderá las maneras delicadas, torpes con frecuencia, indecisas. Si alguien es cortejada y provista de cuidados es nuestra protagonista, que irrumpe en un nuevo mundo tímidamente, dejándose ilustrar.
Creo que la cena que las chicas comparten con los padres de Adèle es clave por el contenido de la conversación que mantienen los padres: es fundamental buscarse un compañero que provea en la eventualidad del desamparo. Ella se convertirá en profesora infantil, rasgo que sugiere el no abandono de la vertiente imaginaria materna, mientras que se apropiará de la receta del padre para preparar la pasta, “simple pero muy buena”, ofreciendo al entorno de Emma un gran banquete acompañado de todas las atenciones con que una anfitriona atenta agasajaría a sus invitados. Esta ocasión supondrá un viraje radical en la película, rememorado al final por la presencia de los mismos invitados, que se ejecuta con el tambalearse del deseo de Adèle al ver cómo su pareja acaricia entusiasmada la hinchada tripa de la que será su rival en el amor, beneficiaria del don que ella no puede otorgar. Así, lo que aducirá como sentimientos de abandono la llevaran al alejamiento y tentativa de reiniciar el contacto sexual con hombres.
En este sentido podríamos considerar el pasaje que Lacan describe del padre al registro imaginario como favoreciendo un desenlace alternativo manejado temporalmente por el director: el suicidio, que aparecía en palabras de Freud como tentativa de renacimiento al perder la pista del deseo. La contraparte fálica desde lo simbólico, nos recuerda Miller, permite el cumplimiento del carácter significante del falo, esto es, la pretensión de dar algo más que amor, de lo que se carece. Algo pues que sólo puede aparecer simbólicamente, y que en el caso de Adèle tal vez se colme en la relación con la Emma que se deja cuidar pese al reproche que le dirige a propósito de su no “realización”.