3 Preguntas a...

XV Conversación Clínica del ICF-E. "Homosexuales en análisis"

Howard Rouse

Psicólogo, Doctor en filosofía, Co-autor (con Sonia Arribas) del libro Egocracy: Marx, Freud and Lacan. Participante del Seminario del Campo Freudiano, Barcelona.

Pregunta de Laura Canedo

Freud, en 1921, añade a los factores ya descubiertos en la etiología psíquica de la homosexualidad (vínculo con la madre, narcisismo y angustia de castración), un nuevo mecanismo de la elección de objeto, que se genera en una intensa rivalidad refrenada (celos) hacia los hermanos, y en la consecuente agresividad reprimida. Lo constata, nos dice, en casos que no excluyen la heterosexualidad ni conllevan el horror feminae, y lo vincula a su vez con la sensibilidad social. ¿Cómo pensar el vínculo entre agresividad y homosexualidad?

Freud, S., “Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad” (1921), Obras completas, Amorrortu editores, Vol. 18, pp. 224-6.

Está claro que hay un vínculo entre la homosexualidad masculina – puesto que aquí se trata de eso – y la agresividad, del mismo modo en que hay un vínculo entre la histeria y la agresividad, la neurosis obsesiva y la agresividad, la psicosis y la agresividad, etc., etc. La pregunta importante es: ¿precisamente qué tipo de vínculo?

El problema con el texto referido en tu pregunta es que en él Freud está intentando – y fracasando – proporcionar una explicación convincente de la causalidad o, como dices, de la etiología psíquica, de la homosexualidad. Como él mismo admite, no hay “nada específico” sobre los factores de vínculo con la madre, el narcisismo y la angustia de castración. (Esto es algo que se podría también decir, por supuesto, en relación a otros textos, las primeras versiones de los Tres ensayos de teoría sexual, por ejemplo, o Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci). De manera similar, aunque Freud sí dice que su explicación de una rivalidad excesivamente hostil o unos celos excesivamente agresivos, y su consiguiente represión, constituye la introducción de un enteramente “nuevo mecanismo”, sus propias palabras otra vez dejan claro que este mecanismo “es derivado del complejo materno”, es “un resultado del vínculo con la madre”. Crucialmente, este complejo/vínculo queda esencialmente sin explicar, así que yo tendría mucha cautela al basar en él cualquier especulación sobre el vínculo entre la agresividad y la homosexualidad, o sobre la supuestamente mayor sensibilidad social de los homosexuales.

En una nota añadida a los Tres Ensayos en 1915, profiere Freud – por lo menos potencialmente – una sugerencia mucho más convincente. “No infrecuentemente”, dice, la homosexualidad está determinada por el Wegfall, la caída hacia fuera, de un padre fuerte. Como era de esperar, es esta sugerencia la que toma Lacan en su clásica explicación de la causalidad de la homosexualidad en el Seminario V: Las formaciones del inconsciente. Cabe señalar, de paso, que Lacan rechaza aquí cualquier relación estricta entre causa y efecto: causas diferentes pueden tener los mismos, o diferentes, efectos. Pero de ningún modo nos puede distraer esto de la gran potencia de esta explicación inicial. La homosexualidad resulta, afirma Lacan, de un accidente – o, tal vez mejor, de una contingencia – en el segundo tiempo del Edipo. Ahí donde, de manera típica, el padre intervendría en el plano imaginario para privar a la madre del falo, con lo que nos vemos confrontados en los casos de homosexualidad es una situación en la que es la madre la que dicta la ley al padre; o, de forma alternativa, en la que el padre ama demasiado a la madre, o en la que sus mensajes distantes solo llegan al sujeto mediante la mediación de la madre. Esta explicación es bastante bien conocida, y aquí no necesitamos entrar ya en más detalles.

Lo que es importante es el modo en el que nos permite elucidar el vínculo específico entre la homosexualidad y la agresividad. El texto del análisis de un homosexual está hecho, dice Lacan, de una relación tensional con la madre: acusaciones, quejas, manifestaciones agresivas. Lo que se descubre detrás de esta relación, sin embargo, es la presencia del padre como rival, en el sentido “normal” del Edipo. Si la agresividad contra el padre ha sido así transferida a la madre, la pregunta es ¿por qué? Y la respuesta es que, cuando se enfrentó a la amenaza efectiva del padre, el sujeto encontró la solución de identificarse con la madre. Esta es la razón – tal y como a menudo revelan los sueños y fantasmas de los homosexuales – cuando está frente a una pareja que es un sustituto del padre, por la que lo que tiene que hacer el sujeto es desarmarlo o subordinarlo, hacerle incapaz de lucirse delante de una mujer. Y ésta es también la razón por la que el sujeto necesita encontrar en su pareja el órgano peniano, necesita que muestre que tiene, precisamente porque esto se corresponde con el cuestionamiento primitivo de si el padre tiene o no realizado por una madre que le dicta la ley a él. Si el padre ama demasiado a la madre, y si amar es dar lo que no se tiene, entonces surge la sospecha de que el padre no tiene. Estas son algunas de las cosas, entonces, que pueden dar lugar a la agresividad en la homosexualidad.

De aquí no se deriva en absoluto, por supuesto, que lo más importante de la homosexualidad, para Lacan, sea la agresividad, o que sea su causalidad fundamental. Lo que en última instancia le interesa a Lacan, y lo que nos debe interesar a nosotros, no es la causalidad de la homosexualidad de un sujeto, la cual siempre se puede rastrear hasta el padre, sino su objeto-causa singular, y más allá de esto lo real de su goce, y ambas cosas están separadas del padre, por lo menos en tanto que éste es concebido clásicamente como el Nombre-del-Padre.

Pregunta de Eduard Fernández

En “Cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis “ Lacan parece seguir a Freud cuando afirma que “Todo el problema de las perversiones consiste en concebir cómo el niño, en su relación con la madre, relación constituida en el análisis no por su dependencia vital, sino por su dependencia de su amor, es decir por el deseo de su deseo, se identifica con el objeto imaginario de ese deseo en cuanto que la madre misma lo simboliza en el falo” (E. 536). Sin embargo, poco tiempo después, en su escrito “Juventud de Gide o la letra y el deseo”, hay dos pasajes donde parece contraponerse a esta consideración. En primer lugar, cuando critica “la complacencia de lo ya oído, propia para suscitar la aquiescencia docta de los informados, que se obtiene a buen precio recordando la preponderancia de la relación de la madre en la vida de los homosexuales”. En segundo lugar, cuando Lacan alaba la obra de Delay por preservar “a lo largo del libro de lo que la pedantería psicologizante ha impulsado al drama de la relación con la figura de la madre“ (E. 725-726). ¿Cómo articular lo dicho en ambas obras sin caer en una contradicción? ¿Qué movimiento se ha producido para que en un tiempo tan breve se produzca este desplazamiento?

Los dos momentos que identificas en la obra de Lacan son el producto de un proceso de articulación que tiene lugar en su Seminario V: Las formaciones del inconsciente. Como apuntas correctamente, entre ellas hay un periodo de tan solo un par de meses.

El primer momento es el de la articulación clásica de los tres tiempos del Edipo. Como ya he dicho en la respuesta a la primera pregunta, Lacan entiende aquí la homosexualidad masculina como la consecuencia de un accidente o contingencia en el segundo de estos tiempos. Más que el padre esté privando a la madre del falo imaginario, es la madre la que dicta la ley al padre, etc., etc. Esta es la razón, en los términos de la “Cuestión preliminar”, por la que el sujeto continúa identificándose con el objeto imaginario del deseo de la madre simbolizado en el falo.

El segundo momento es obviamente el del encuentro extremadamente fructífero de Lacan, por medio de la maravillosa biografía de Jean Delay, con la literatura de André Gide. Como Lacan mismo dice en su Écrit sobre Gide, el libro de Delay supone una lección de “finura clínica”. Y esta finura consiste en la realización de que, para los homosexuales tanto como para todo el mundo, hay más de un modo de querer demasiado – o de no querer – a un niño. Consiste, esto es, en una exploración de la relación absolutamente singular entre Gide y su madre.

¿Quién, entonces, fue esta madre? ¿O cuál, en los términos de Lacan, fue el “discurso de esta madre”? Este discurso gravitó, nos dice Lacan, alrededor de un “vacío” o “abismo”. Puesto que aunque la madre de Gide poseyó una serie de cualidades, había algo completamente elidido en su sexualidad, su vida como mujer, que le dejó, como niño, en una situación enteramente descolocada con respecto a ella. Este es el motivo, después de la muerte de su padre cuando tenía once años, por el que Gide se sintió totalmente envuelto, encerrado, por el amor de su madre; también por el que solo pudo identificar el amor a los mandamientos del deber; y también por el que, en sus fantasmas, la forma de una mujer se confundía con la imagen de un agujero negro, o de un deslizamiento de arena, al contacto, entre sus dedos abiertos.

Todo esto constituye el marco, por tanto, de lo que Lacan llama la “cita con el destino” de Gide. El futuro escritor de trece años, habiendo entrado en una casa como resultado de su gusto por lo clandestino, se da de bruces con su tía en el primer piso – una tía que le había sometido anteriormente a un intento de seducción – descubierto en el abrazo con un amante; y, en el segundo piso, con su prima Madeleine, la hija de quince años de esa tía, la cual llora, y con la que en una combinación embriagadora de éxtasis, entusiasmo, amor, indefensión y devoción, entra en una muy singular identificación que le forzará para toda la vida a un amor protector (de forma importante, tanto a ella como a la tía).

¿Qué es lo que ha ocurrido aquí? Bien – para decirlo de la manera más sencilla y resumiendo lo que dice Lacan en esta parte del Seminario V, y también más tarde en la última parte del Seminario VI: el deseo y su interpretación – en su relación con su madre Gide se encuentra en la posición de niño no deseado. Y en su relación con su tía, como resultado del intento que ella tuvo de seducirle, se encuentra, por primera vez, en la posición de niño deseado. Sin embargo, en la medida en que nada le preparó para ocupar esta segunda posición, él solo puede encontrarla horrorosa, traumática, y cuando finalmente llega a ocuparla por medio de la identificación con su prima Madeleine, el amor que siente por ella está condenado a reproducir la misma petrificación sin deseo que él encontró en primer lugar en su madre (el deseo lo reservó para las “torturantes delicias” con chicos jóvenes que reproducen la escena de la seducción de la tía).

En términos más teóricos – los del Seminario V – lo que ha sido sustraído para Gide al nivel de su ideal del yo, la posibilidad de ser un niño deseado, puede ser solo asumido por él en la forma de una identificación narcisista, al nivel del yo, con su prima. Esta identificación narcisista implica un amor puro, ideal y eterno que nunca puede ser realizado en el deseo, y es precisamente este amor – en el que Gide perpetua y literalmente da a su prima lo que no tiene – y no su deseo por los chicos jóvenes, el que constituye su perversión. En los términos del Seminario VI, hay un splitting en Gide entre una identificación imaginaria, narcisista, y una identificación con la madre en la que la dimensión imaginaria del deseo del Otro juega ella misma un rol simbolizador. Él es el falo como objeto de la madre, y lo tiene en el objeto purificado de su deseo, la dama Madeleine.

La conclusión de Lacan, incluso en el Seminario VI, no es diferente de lo que dice en la “Cuestión preliminar”: “en el nivel del deseo, el perverso está identificado con la forma imaginaria del falo”. Pero espero haber indicado suficientemente la “finura clínica” que le permite decir tal cosa en el caso de Gide – y algo así también sería requerido para permitirnos decirlo en los obviamente muy diferentes casos de otros homosexuales – una finura que define un desplazamiento, pero ciertamente no una contradicción entre esos dos momentos de la obra de Lacan que identificaste en la pregunta originaria.

Para concluir, creo que también conviene mencionar aquí lo que Lacan ya llama en su Escrito sobre  Gide, el “goce primordial” de este autor. No es una casualidad que la clase del Seminario V que trata de Gide haya sido titulada por Jacques-Alain Miller “El deseo y el goce”, puesto que éste es uno de los primeros lugares en que Lacan introduce de manera sistemática esta distinción. El goce es por supuesto concebido en esta etapa como imaginario, pero después se convertirá en real, y un par de pasajes en el Seminario VI nos dan una pista sobre la naturaleza de este real. La clave de la homosexualidad, afirma Lacan, tanto masculina como femenina, es el fantasma de la evaginación, la extraposición del falo del interior del órgano de la madre. Dos escenas de la obra de Gide revelan este fantasma. La primera es la identificación con la figura de Garabato de George Sand, quien flota en un río y se metamorfosea en una forma pequeña, extraña, vegetal. La segunda es su relato  de un recuerdo de su niñez, en el que se deja crecer la uña del meñique para ser capaz de extraer del agujero en la madera de una puerta una canica pequeña de la que oyó que su padre la puso ahí cuando tenía la misma edad que Gide tiene en este momento. Consigue sacar un objeto gris, pero se siente avergonzado de enseñárselo a alguien, así que lo pone de nuevo en su sitio y se corta la uña. En estas dos escenas, el falo, el fantasma, y en última instancia lo real del goce, están enteramente separados del padre. Es esto lo que nos permite entender por qué Miller habla de un “elogio de la perversión” en este seminario. Y es este elogio el que debería guiar nuestro acercamiento a la homosexualidad. Es decir, en lugar de entender la homosexualidad como el producto de una deficiencia en el funcionamiento de la metáfora paterna, deberíamos entenderla como la invención posible de una forma de goce más allá del padre, una père-version si quieres.

Pregunta de Mary Cruz Fernández

Miller en “La Naturaleza de los Semblantes”( Pag. 262-274)  trabaja la relación entre el falo y la perversión. Señala que la razón por la que Lacan escoge tratar la génesis del falo por la homosexualidad femenina es para poner en evidencia la relación entre el falo y la falta en ser. Cito: “Lo más impresionante de la construcción de Lacan es que hace girar la clínica de la perversión sobre la noción de amor….De ahí que resulte emblemática la relación perversa de la joven homosexual… ella nos muestra lo que hay de perverso en el amor esto es, apuntar mas allá del objeto, apuntar a una nada. Por eso esta joven da nada… Da sus cuidados, prueba su amor, pero es dar nada, o sea, algo que solo está allí simbólicamente”. En la película “La vida de Adèle” se relata la vida de una mujer muy joven y sus devaneos con el otro sexo cuando en un encuentro fulgurante, como en un espejo, se cruza con una mujer con la que inicia una apasionada relación amorosa a la que el director añade bastantes imágenes explícitas, quizás en un intento de mostrar lo que no está.

La pregunta es: Tomando en cuenta el desarrollo de la película, ¿Podríamos pensar que Adèle refuta o confirma la posición de la homosexual femenina que apunta a probar su amor mas allá del objeto?

Describes muy bien la relación entre la perversión y el falo, el amor y la falta en seren el caso de Freud de la joven homosexual y la lectura que Lacan hace de él en el Seminario IV: La relación de objeto. Sin embargo, no mencionas la contribución conceptual central del texto de Jacques-Alain Miller que citas. Lo que este texto quiere hacer en última instancia es separar el falo de la función paterna. Ésta, dice Miller, siempre ha arrojado una sombra algo confusa sobre el primero. Para responder a tu pregunta, por tanto, la quisiera reorientar alrededor de este eje fundamental.

Si ya es claro en la lectura que Lacan hace del caso de la joven homosexual que el falo no puede ser reducido a la función paterna, entonces es igual de claro que aquél está mediado aquí centralmente por precisamente ésta. Me explico. El análisis estructural que hace Lacan de la psicogénesis del caso gira alrededor de dos transformaciones dentro de su famoso esquema L, el esquema que opone los dos registros de lo imaginario y lo simbólico. Si, por un lado, el padre pasa de lo simbólico a lo imaginario, entonces, por otro lado, el falo pasa de lo imaginario a lo simbólico. De forma algo menos abstracta, y en relación con los detalles del caso de Freud, la joven homosexual encarna de manera imaginaria la promesa simbólica que hace el padre de un don – tendrás un hijo mío, o tú eres mi mujer – en su amor platónico por la dama. Y este amor también demuestra que amar no es recibir el falo imaginario – bien el niño real por el que la joven homosexual primero siente afecto, o el imaginario que espera recibir posteriormente de su padre – sino dar lo que no se tiene, o incluso buscar en el objeto lo que éste no tiene, el falo simbólico. Si la joven homosexual quiere mostrar a su padre lo que quiere decir amar, este mostrar está todavía muy determinado por su amor al padre. Como dice Lacan en el Seminario IV, siguiendo a Freud, lo que revela el caso es “un amor estable y particularmente reforzado por el padre”. Es este amor el que ilumina el significante fundamental identificado por Freud, “niederkommt”, que significa tanto caer como parir un niño. Cuando la joven homosexual se tira desde un puente de ferrocarril, la caída del falo se iguala con el nacimiento de un niño, el falo mismo se iguala implícitamente con la función paterna.

En el Seminario VI – y con respecto a ese fantasma de la evaginación que ya he mencionado en relación con Gide, un fantasma que Lacan define como una estructura ineliminable tanto de la homosexualidad masculina como de la femenina – Lacan introduce, en lo que se refiere a este “niederkommt”, una perspectiva enteramente nueva. Al arrojarse desde el puente, la joven homosexual se identifica con el falo, se convierte en él, lo externaliza, pero el falo en tanto que concebido como un objeto interno de la madre. Es este falo el que quiere dar a la dama en tanto que eso que no tiene, o en tanto que aquello que no tiene la dama como objeto, un falo completamente separado de la función paterna.

Pues bien, si realizo un pequeño salto especulativo, diría que de lo que se trata en última instancia en La vida de Adèle es de esta cuestión del falo separado de la función paterna. Lo que nos muestra esta película, en sus dos “capítulos”, es en primer lugar la relación y después la ruptura de la relación entre Adèle y su amante de pelo azul, Emma. Del lado de Emma, podríamos decir, siguiendo a Lacan – y tomando lo que se indica sutilmente en uno de los diálogos de la película – que hay “un amor estable y particularmente reforzado por el padre”. Es artista como el padre, el cual está ahora separado de la madre, y de hecho, es “como él en muchos sentidos”; ocupa el lugar del hombre en la relación, en todo momento avanzando implacablemente en su vida profesional, mientras que Adèle, bien después de regresar de su trabajo como profesora de primaria, o bien en las fiestas que organizan, prepara diligentemente la comida; cuando Adèle le es brevemente infiel con un hombre del trabajo, reacciona con furia, echándola de casa acusándola a gritos que es una “puta”; y, lo que es más importante, se busca después una vida de familia con una antigua amante que se acaba de quedar embarazada. Si el fantasma de la evaginación es una estructura ineliminable en toda homosexualidad, entonces Emma muestra que es más fácil vivir con este fantasma cuando el falo es extraído del cuerpo de la madre bajo la forma de un niño. La posición de Adèle es muy diferente. Como muestra rápidamente otra escena, las palabras del padre son reducidas para ella a su mera eficiencia capitalista, “hay que ganarse la vida”, sencillamente no tienen ningún efecto en su vida sexual. Y lo que busca en esta última, en el cuerpo del otro, absolutamente separado de la función paterna, es el falo. Se podría criticar al director de la película, Abdellatif Kechiche, por haberse concentrado demasiado en la puesta en escena de los largos encuentros sexuales que mencionas, en la ausencia implícita de un pene, pero si somos un poco más generosos con él, como creo que también sugieres, podemos ver que lo que muy precisamente exhibe es la ausencia del falo. Adèle – y Emma también en estas escenas, una posición ante la cual más tarde retrocede – quiere extraer el falo del cuerpo de la pareja sexual, y convertir correlativamente su propio cuerpo en un falo. No obstante, dado que el fantasma en última instancia concierne a la extracción del falo del cuerpo de la madre, este deseo solo puede confrontarle con cierto estrago. Es este estrago el que define básicamente la situación de Adèle en la segunda parte de la película.

En respuesta a tu pregunta específica, entonces, diría que Adèle confirma la posición de la joven homosexual en la medida en que apunta al falo más allá del objeto, pero lo refuta en la medida en que este apuntar está separado definitivamente de cualquier amor al padre. Cuando se lee con atención la película – y debemos recordar que es una película, no un caso clínico – vemos que se refiere a un problema clínico mucho más contemporáneo.

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