3 Preguntas a...

XV Conversación Clínica del ICF-E. "Homosexuales en análisis"

Lorena Oberlin Rippstein

En formación en el Instituto del Campo Freudiano de Alicante.

Pregunta de Alejandra Atencio

Freud en su texto “Las teorías sexuales infantiles” (1908) (Vol. 9, pág. 192-193) enuncia lo siguiente: “La primera de estas teorías se anuda al descuido de las diferencias entre los sexos, que al comienzo de estas consideraciones destacamos como característico en el niño. Ella consiste en atribuir a todos los seres humanos, aun a las mujeres, un pene, como el varoncito conoce en su cuerpo propio”.(…) ”El efecto de esta “amenaza de castración” es, en su típico nexo que tiene por esta parte del cuerpo, superlativa y extraordinariamente profundo y duradero. (…) Los genitales de la mujer, percibidos luego y concebidos como mutilación, recuerdan aquella amenaza (de castración) y por eso despiertan en el homosexual horror en vez de placer”.

A partir de este período de la obra freudiana: ¿Qué lugar se le puede dar a la madre fálica en la elucidación freudiana de la homosexualidad masculina? ¿Qué lugar le da el autor a la amenaza de castración y al horror frente a la castración materna en la constitución de la homosexualidad masculina?

Si interesa retrotraernos a las primeras formulaciones de Freud en Tres Ensayos sobre una Teoría Sexual, es porque anticipó en ese texto lo que determinaría su trayectoria en cuanto a la homosexualidad masculina: que preveía, aunque no lograra colegirlo en ese momento, más de un factor etiológico, combinados de diferentes maneras en cada caso.

Y así ha sucedido en su obra aunque con una invariante: la amenaza de castración. Las novedades que fueron introducidas giraron en torno al tipo de elección de objeto, a un lazo particular con el padre en el Edipo o la relación con los hermanos; pero sin perder nunca aquel hilo conductor.

En el texto de 1908 que señala la pregunta, inicia un gran ordenamiento causal para explicar la “génesis” de la homosexualidad masculina; en torno a tres determinantes: la fijación a la madre fálica, la amenaza de castración y la posterior identificación con ella.

Si lo característico de todo niño es la atribución a todos los seres humanos de un pene, esto convierte a su madre y al resto de las mujeres en fálicas. Pero esa premisa universal no puede ser sostenida durante mucho tiempo por el pequeño. Al llegar a la comprobación contingente de que su madre no tiene pene se topará con un efecto de verdad, a modo retroactivo, sobre las amenazas reiteradas que había recibido por mostrar las actividades de su órgano sexual. El “horror o desprecio” por el sexo femenino “mutilado” tiene lugar. De este orden es la  “amenaza de castración” que Freud formula en “Las teorías sexuales infantiles” (1908).

Uno de los resultados, podría ser dice Freud, que volviéndose “incapaz el varón de renunciar al pene en su vida sexual… se vea precisado a convertirse en un homosexual, a buscar sus objetos sexuales entre hombres que por caracteres somáticos o psíquicos recuerden a la mujer. La mujer verdadera permanece para él imposible como objeto sexual, pues carece de encanto (fálico podríamos agregar)…y acaso sienta horror hacia ella” (Obras Completas, Vol. 9. pág 193).

En el caso clínico de Hans (1909) confirma sus apreciaciones: la génesis psíquica de la homosexualidad masculina supone una fijación con la madre fálica ante la amenaza de castración. El horror a la mujer castrada se convierte así en la manera freudiana de desvelar un atajo para la castración, que el hombre homosexual pone en primer plano.

Y son esas elaboraciones las que se articulan de manera más acabada en 1910, para argumentar “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci”. Explica entonces que existe un vínculo causal entre la relación infantil de Leonardo con su madre y su posterior homosexualidad. Que el vínculo erótico e hiperintenso con ella tuvo que sucumbir a la represión a partir del discernimiento de su falta de pene y que si ello fue posible, fue por la debilidad de la figura paterna.

Pero ya hay allí un factor que se agrega y es la antesala de su conceptualización del Narcisismo en 1914. “El muchacho reprime su amor por la madre, poniéndose el mismo en el lugar de ella, identificándose con la madre y tomando a su propia persona como el modelo de semejanza del cual escoge sus nuevos objetos de amor… se desliza así hacia atrás, hacia el autoerotismo” y encuentra “sus objetos de amor por la vía del narcisismo”.(Obras Completas, Vol. 11. Pág.93).

El autoerotismo suponía que los hombres amados pasarían a ser venerados como antes la madre lo hizo con él mismo; mientras que del concepto de narcisismo surge la posibilidad de una elección de objeto diferente a la autoerótica: no ya según “el modelo de la madre sino según el de su propia persona”, narcisísticamente -mecanismo propio de todos perversos, dirá. Se esclarecen de este modo dos elecciones de objeto posibles para acceder a la homosexualidad masculina (Obras Completas, Vol. 14, pág. 85) a la vez, que la elección narcisística tiñe confusamente de perversión a la homosexualidad masculina. 

Cuando en 1918, Freud dé a conocer el historial del Hombre de los Lobos, volverá sobre la cuestión tras el discernimiento de que en el Complejo de Edipo mismo, existe un rasgo primario de perversión que daría como resultado un Edipo invertido. Se refería a la sumisión amorosa ante el padre. Este amor sumiso ante el padre como nuevo factor interviniente en la homosexualidad masculina recién pudo ser discernido tras reformular a la identificación como primaria a toda elección de objeto.

En este marco, la angustia de castración conserva toda su vigencia, hasta el punto de llegar a conseguir la mayoría de las veces, que ese lazo con el padre permanezca solo a nivel de la fantasía, ahorrando en la neurosis la homosexualidad definitiva.

Años más tarde, 1921, en el texto: “Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad”, la identificación con la madre fálica y la angustia de castración preservarán su estatuto de causación, pero junto a un nuevo determinismo: el de los celos dirigidos generalmente a hermanos mayores, “de suerte, que los antes rivales, devenían ahora, los primeros objetos de amor homosexual”.(Obras Completas, Vol.18, pág.225).

Por tanto, la diada “madre fálica, angustia de castración” aislado tempranamente en la homosexualidad masculina atraviesa toda la obra freudiana hasta sus últimas formulaciones. Pero de modo tal que cada nueva contribución a la etiología psíquica de la homosexualidad, reordenaba su tesis inicial.

En definitiva, a lo que debe enfrentarse el sexo masculino es al “terror de ver los genitales femeninos” y para sortear la castración, “algunos se vuelven homosexuales a consecuencia de esa impresión, otros se defienden creando un fetiche” pero la inmensa mayoría puede afrontarla, dice en 1927, en su publicación sobre el fetichismo. (Obras Completas, Vol. 21, pág. 149).

Pregunta de Soledad Bertrán

En el capítulo XI de su Seminario V, "Los tres tiempos del Edipo (II)", Lacan escribe: "De los homosexuales, se habla. A los homosexuales, se los cuida. A los homosexuales, no se los cura. Y lo más formidable es que no se los cura a pesar de que sean perfectamente curables" (El Seminario, Libro V - Las formaciones del inconsciente (1957-1958), Paidós, Buenos Aires, 1999, p. 213).

¿A qué responde esta concepción, y qué cambio fundamental opera Lacan en la clínica para permitirnos pensar el análisis de los homosexuales fuera de la lógica de la curación de su homosexualidad?

El párrafo citado corresponde al Seminario V, clase de 1958; se inserta en el segundo apartado, ”La lógica de la castración”; y cierra la lección  “Los tres tiempos del Edipo II,” tras haber desgranado, semanas antes, la forclusión del Nombre del Padre y la metáfora paterna.

En esta relectura del Edipo freudiano, el Edipo queda en íntima dependencia de la castración operada por el Nombre del Padre y la diferencia sexual se obtiene por la resolución asimétrica del tercer tiempo edípico.

Allí Lacán aísla una causalidad edípica para la homosexualidad masculina, pero advirtiendo de que no se trata de una causalidad unívoca y directa, sino que en el hombre homosexual podría intervenir esta resolución del Edipo, junto a otras contingencias.

Resumidamente: En el primer tiempo lógico, el niño se identifica al falo imaginario que interpreta, la madre desea. Momento de una satisfacción ideal para la madre y el niño mientras el padre permanece velado. En el segundo tiempo, el padre participa en el mensaje de la madre como interdictor, “momento perceptible… instantáneo… al menos transitorio” (página 209) participando en la privación fundamental a la madre, la “reintegración del producto” y por añadidura, al niño, prohibiéndole el incesto. Y finalmente, en el tercer tiempo, se confirma tras ello, que es el padre es que el posee el falo y lo detenta: la niña,  lo sabe y se dirige a él; mientras que para el varón es más complejo: tiene que enfrentarse y sortear una identificación con el padre para conseguirlo.

Ahora bien, en la homosexualidad  masculina, dice aquí Lacan, en el segundo tiempo se produce una inversión: es la madre la que dicta la ley al padre. Distintas versiones paternas podrían contribuir a ello: un padre que por demasiado  interdictor, aparezca caído en el lugar que la madre le otorga; un padre distante aunque  no ausente, pero cuyos mensajes finalmente serían mediatizados por la madre ante el hijo o; un padre demasiado amante de su mujer con lo cual el hijo podría sospechar de que el padre está desposeído de falo, justamente porque en el amor se entrega al otro lo que no se tiene. El padre tendría la falta, no el falo al que identificarse.

Y esa inversión dice Lacán, sucede en un momento decisivo: cuando la interdicción debía cortar de raíz para él toda posibilidad de identificación con el falo imaginario; por el contrario, el niño encuentra en la madre un reaseguro de que ella no se deja privar.

La interdicción llega a operar igualmente, porque de la madre también recibe el mensaje de la ley, pero al precio de trastocar la identificación, con la madre en lugar del padre. Si el homosexual se identifica con ella, es porque ella siempre lo tuvo, no llegó a verse privada. Pero como la salida del Edipo pende de haber conseguido una versión del falo, éste se obtiene de quien lo tiene.

Bajo esta égida se puede leer, dice allí Lacán, la exigencia del homosexual de que sus parejas tengan pene, como intento de llegar a saber lo que se cuestionó sin resolución, en el pasado: si el padre tiene o no tiene, porque antes de llegar a averiguarlo, se aseguró el varón el falo por el lado de la madre.

Ahora bien, “no se los cura aunque pueda curárseles”, decía Lacán en esta época, haciendo referencia por un lado, a una constatación clínica (página 213): la dificultad de conmover la posición del homosexual y los fracasos de los análisis. Para Lacán se debía a que homosexualidad masculina era leída meramente por los analistas como resultado de una identificación invertida.

Por otro lado, “no se los cura aunque pueda curárseles”,  porque la ‘perversión’ de la homosexualidad masculina a la que se refiere Lacán en esas páginas, corresponde al modo de satisfacción que obtiene el varón homosexual ante un padre que no consigue privar en el segundo tiempo; ni en el tercero, dar; mas que a una perversión ”primaria” (página 204), que correspondería a una detención en el primer tiempo, lo que la convertiría en una perversión estructural, incurable. Sin embargo, es interesante constatar como para ambas formas, Lacán utiliza el significante “perversión”.

¿Cual es esa perversión en definitiva? Todo aquello que no entre en la normativización del Complejo de Edipo. Para el Lacán de este tiempo, la homosexualidad masculina como resolución fallida de la metáfora paterna, era una  inadecuación a su pretensión de que la ley organizara la estructura.

Pero al toparse con esta incurabilidad de los homosexuales, Lacán reformula su enseñanza orientándose hacia lo imposible. J.A. Miller explica en Los paradigmas del goce, como en el mismo Seminario V, Lacán va modulando el falo imaginario hasta convertirlo en simbólico, movimiento que se puede leer en el escrito simultáneo, La significación del falo. El falo como significante, deja paulatinamente de ser efecto de un significante privilegiado, el del Nombre del Padre, para pasar a emerger como efecto del lenguaje. La relación de la castración con el Edipo comenzaba a cuestionarse. La pluralización de los Nombres del Padre, tras el Seminario X, va en esa dirección: el regulador Nombre del Padre se atomiza. 

De modo que ya en el Seminario XVII, la castración operaba de manera separada del Edipo. La castración ya no dependía del padre sino que era un efecto de los significantes amo que intervienen en el discurso.

No siendo ya el Nombre del Padre un regulador de goce privilegiado, adquirió el estatuto de semblante, un semblante entre otros, en el Seminario XVIII. Ello supuso “reclasificar al Edipo mismo como una forma de perversión”  en una “clínica del goce” (2); en lugar de la clínica del deseo que aseguraba el Nombre del Padre. La clínica de la homosexualidad masculina se modificó sustancialmente desde entonces, ya que ahora deviene un modo de goce particular, que convive junto a una pluralidad de otros goces y se vuelve transclínica.

(1) y (2) J. A. Miller: ¿Gays en análisis? Coloquio de clausura en la ECF en Niza. Marzo de 2003. Revista Bitácora Lacaniana.

Pregunta de Héctor García

En su conferencia "Des gays en analyse" 1, Jacques-Alain Miller sitúa el eje de su argumentación en torno del leitmotiv lacaniano "no hay relación sexual". En un primer momento nos recuerda sin embargo que, en lugar de la relación sexual que no hay, Lacan pudo enunciar "hay del lazo social". "Del", no "El". Lo cual, en el campo de lo humano, puede traducirse por un: "a diferencia de los animales, para el humano lo social no recubre lo sexual".

En un primer tiempo del psicoanálisis, el mito edípico permitió sostener una clínica afín a la idea de normalidad. Con su difícil concepto de père-version" 2 Lacan puso encima de la mesa que el Edipo era una solución perversa entre otras, que consiste nos dice Miller en “volverse hacia el padre en tanto se ocupa de una mujer, para barrarla, y también para saturarse de ello”.

¿Podría explicar esta definición? ¿Es distinta esta forma de concebir el Edipo del Edipo freudiano? ¿Cuál sería la forma clásica de articular lo social, lo sexual y el padre en la obra de Freud?

1 Miller, Jacques-Alain. (2003). Des gays en analyse : intervention conclusive au colloque franco-italien de Nice sur ce thème.La Cause Freudienne, 55, pp. 45-50.

2 El término ‘père-version’, que significa versión del padre, es homófono del término ‘perversion’, que significa perversión.

Si la formulación de un “padre perversamente orientado” se inserta en la lógica del más allá del Edipo, fue entre otras cosas, porque el falo como saldo de la metáfora paterna permitió desmistificar al Edipo mismo. Fue posible porque en el Seminario V, además de abordar la castración, Lacán especificaba en relación a la niña, el concepto de privación.

Esa doble articulación castración-privación resulta esencial para comprender el comentario que hace Lacán a propósito de Dora, en el Seminario XVII. Dice allí que en el pasaje de la madre como objeto primordial, al padre como primer objeto de amor, Dora enseña que allí donde estaba el padre (ella) quiere poner de relieve lo que causaba el deseo (de él); descubriendo así un goce de ser privada que asume como privación. Ahora bien, dirá Lacán, esto es válido no solo para el sujeto femenino. De modo que la modalidad de resolución edípica femenina, “generaliza… lo que era aún particular para el complejo de castración en la niña”.(1)

Del lado de la niña, porque tras hacer de la madre, la fuente de sus demandas emergerá en ella el deseo, por la no correspondencia con la satisfacción obtenida, y de allí se dirigirá al padre idealizado, ya no con la misma demanda sino con un deseo de hijo. Este deseo imposible -por inscribirse en la demanda, solo puede ser decepcionado descubriéndole así, la castración del padre. El resultado para la niña será el de una privación del deseo.  

Pero para el varón tampoco se trata sólo de la castración, porque por un lado, como ya había establecido en el Seminario XX, la castración ya está operando desde la asunción del lenguaje en detrimento de lalengua; y por otro, porque según había dicho en el Seminario X, clase final y antesala del Seminario interrumpido Los Nombres del Padre: “el padre es un sujeto que ha ido suficientemente lejos en la realización de su deseo para reintegrarlo en su causa, sea cual fuere, en lo que hay de irreductible en esta función del a”.  Por tanto, el varón también está comandado por la privación del falo simbólico en la medida que al dirigirse al padre, por identificación edípica, se topará con un padre sujeto a un deseo comandado por el a. Un padre marcado por el deseo en el Seminario X.

En el Seminario XXII, RSI, Lacán produce una torsión más, porque allí señala otra versión del padre, como aquel que está perversamente orientado. Ello implica no solo suponer un padre que encuentra en la mujer a la que se dirige su causa sexual, sino que además, hay otro señalamiento: el padre goza con ello. Es el goce del padre lo que aparece en esa conceptualización. A ello alude la cita de J.A.Miller: el niño se vuelve “hacia el padre en tanto se ocupa de una mujer, para barrarla, y también para saturarse de ello”. Ocupándose de la mujer para barrarla, el padre la divide, descubre su falta, la feminiza, si es posible esta expresión; con lo cual le es posible a él, saturarse de ese objeto a, al que se dirige en su fantasma fetichista. Ocupándose de una mujer de este modo, el padre puede afrontar el goce femenino en su desdoblamiento, según lo explica en el Seminario XX. No solo a través de la vertiente fálica sino del goce que ella introduce por ser privada. Este orden de la privación a un padre, le concierne.

E incluso, dice en esa clase de RSI, enero de 1975, que un padre tiene derecho al respeto, incluso al amor, sólo si está perversamente orientado. Dicho de otro modo, sólo desde esta dimensión del hombre que hay en ese padre, podría asegurarse su función, a través del respeto.

Un padre que goza es por tanto, una versión antinómica al padre freudiano que operaba en el Complejo de Edipo como ideal de identificación, o al del padre de Tótem y Tabú, el único que gozaba de todas las mujeres, y por ello, había que eliminar. El goce de este padre era tan insoportable que solo tras el asesinato, la incorporación y la culpa fue tolerado. Y como excepción para garantizar el universal de la prohibición del incesto.

A partir de las reformulaciones de Lacán, el goce del padre estorba a la entronización del padre ideal, propuesto por Freud. Tanto, que J.A. Miller dice en ¿Gay en análisis? que el neologismo de Lacán, père-version’ , es una burla al Edipo.

Por el lado de lo sexual regulado antes por la castración freudiana, en el más allá del Edipo leído por Lacán; impera la privación.

Y en cuanto a los lazos sociales que se construían por identificación con el ideal permitiendo la sublimación; en la deconstrucción del padre freudiano de Lacán, los lazos sociales exigen la invención a partir de un goce que no es fijo (tal como enseñan los homosexuales). Exigen un tratamiento por el lado del amor y por el lado de los discursos: no solo para que el goce inmanente pueda condescender un poco al deseo, sino también para que lo imposible del goce, encuentre un tratamiento a través de los semblantes. 

(1) Eric Laurent: “¿Puede el neurótico prescindir del padre?”. Del Edipo a la sexuación”. Ed. Paidós.

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